Carlos Raúl Reyes Calderón
Nací en Juchitán, entre el mercado y el Cine Juárez. En la esquina estaba el cine. Lo conocí antes de conocer el río. Era un cine grandísimo; la luneta con sillas metálicas, algunas fijas y otras no. La galería tenía gradas de cemento. No tenía techo, y durante las tardes de matinée, con sólo alzar la vista, podíamos ver los aviones cruzar, dejando una estela blanca en el cielo azul y rojizo.
Carlos Raúl Reyes Calderón |
Mis amigos y yo nos sentábamos en la tercera y cuarta filas de adelante Juntitos mirábamos la enorme pantalla. Cuando llovía había gente que se iba, pero otras sacaban los paraguas y los nailos. Nosotros levantábamos la silla más cercana y nos la poníamos en la cabeza para cubrirnos del agua, como un pararrayos de cuatro puntas. Con los pies recogidos y a través del respaldo de esa silla invertida seguíamos viendo la película bajo el aguacero. Cada vez que la película se cortaba o se iba la luz, todo mundo protestaba gritando ¡Óraaa Mariooo! Seguido de una rechifla ensordecedora. Ta Mario era el encargado del cine. Aunque pocos saben cómo surgió la frase, todavía es utilizada cuando algo no funciona. Ya en los ochentas vi pasar el Opel de Ta Mario dando vueltas y desbaratándose por toda la avenida Juárez, arrastrado por la gente en una de esas noches en que el ¡Óra Mario! no se resolvió.