Andrés Henestrosa frente al mar. Foto.- Blanca Charolet |
Andrés Henestrosa
El niño zapoteca puede saber, con sólo oír lo que cuentan los abuelos y las pilmamas, qué tiempos corren, qué fiestas se aproximan, si fiestas reales o fiestas de guardar. Las fiestas reales apenas dejan en su mente un tenue rastro que después los años, como una leve brisa, borran para siempre. Las fiestas de guardar, por el contrario, trabajan su fantasía, su capacidad mentirosa: los complica, les da alas. Y entonces cuentan fábulas sutiles, que el niño oye embelesado. Fábulas que aunque han caminado muy lejos dentro de ellos, un día regresan y vuelan hacia afuera. Entonces es llegado el momento de referirlas a los niños: el niño se ha vuelto abuelo.