Gerardo Valdivieso Parada
Cuando tuve tu edad, por flojera o por olvido, no me ponía los huaraches y me dolían las piedras puntiagudas en los pies al recorrer los callejones que llevaban a la casa de Na Sóstena, que sentada frente a un cazo lleno de carne de res cocida, con su rostro de severa sacerdotisa de los alimentos del alba, me llenaba la cubeta de trozos de carne ahogados en caldo que acomodaba con sangre ennegrecida en trozos; alimento casi divino que todavía prodiga por unos pesos. Si algún día te encargan la tarea que ya me es negada, aunque ya no encontrarás callejón con ríos de arena ni piedras, sino liso y gris cemento, en compensación de la faz adusta de la cocinera de antaño encontrarás una dulce sonrisa de anciana que esculpió el tiempo y los nietos.