Macario Matus
Danzaba con pasos y movimientos de ballet, sobre una delgada laminilla de brisa vespertina. A ratos, izaba su diminuta testa mirando en todo su alrededor como buscando a alguien en la multitud de flores blancas. Era el ser más raro en ave convertida. Cuando me divisó con su ojillos maravillosamente negros, quiso escabullirse en el mar de flores, como nadando en al aire con su vuelo. La curiosidad me obligó a hacer preguntas en voz alta, pensando en su figura fantástica. De pronto cesó de volar en círculos mil al compás de una sinfonía de luces. Se posó en una flor que le superaba en tamaño al cuerpo terso, emplumado casi al descuido. Quería verle de cerca para aprenderme de memoria el contorno de sus alas cortas, tan cortas, que el pico le quedaba enorme, inolvidablemente enorme. ¡Era el pinocho de los cuentos en ave!