Integrantes del Comité Melendre durante la limpieza de butacas para un Ciclo de Cine Comunitario. |
Jaime Martínez Luna
Por allá de los años noventa, cuando empezaban a estar en boga las computadoras, nos dimos a la tarea de redactar y usar nuestra propuesta de comunalidad. Las computadoras no aceptaban la palabra, ni el diccionario la identificaba. Para nosotros era lógico: si vivíamos en comunidad, nuestra actitud cotidiana debía de ser una comunalidad. Sin embargo, “la Real Academia de la Lengua Española” no lo sentía de la misma forma. Por ello, creo, salvo en idioma alemán, nuestro término no existía, y por lo mismo nuestro actuar cotidiano no era presente para la lengua y para sus razonamientos.
Recordemos que cuando fuimos invadidos por los bárbaros españoles, el Papa de ese entonces nos aceptó como seres vivos, pero sin alma. Y ¿qué era aquello de alma? Pues quién sabe. El caso es que ahora todos imaginamos lo que puede ser, aunque pocos lo puedan definir claramente. Sin embargo, los diccionarios y las computadoras les dan su respaldo. Lo mismo pasa con la noción de libertad, de democracia, y de justicia.
La democracia supone la participación de todos en la toma de decisiones. Pero como somos millones, la democracia encuentra en los partidos la manera discursiva de legitimar una decisión en boca de todos, y hace nacer la urna.
Con un voto, dizque razonado, la democracia considera que hemos participado en la decisión. No obstante, los partidos políticos encauzan nuestras ideas y nuestros encabronamientos. De esa manera nos controlan. Pero para los intelectuales ―básicamente urbanos― la democracia va con todo: para el trabajo, para la opinión, para lo que se escribe, para lo que se dice. La democracia, se dice, está en todo. Claro que eso también es libertad, igualdad, fraternidad y sobre todo justicia.
Son estos conceptos los que nos encierran en una eterna ficción. Cuando estuvo en boga el socialismo, para bien o para mal, se era socialista. Como tal cosa no se mantuvo ni en China, se sigue hablando de democracia. Todo para continuar ocultando las grandes desigualdades. Para seguirnos excluyendo de toda decisión, que en la actualidad toman las mafias vestidas de partidos, que ni son de izquierda ni de derecha, sino simples testaferros de los grandes capitales de inversión.
Todos encuentran en el empleo la solución a todos los problemas; aunque sepamos que tener empleo es manejar un dinero que circula para comprar productos que, de nueva cuenta, nos venden, y su pago va a parar a las bolsas de los grandes capitales.
Descubrir nuestra verdadera razón de ser, como se ve, no lo está en el español que se nos impuso y se nos sigue imponiendo. ¿Qué queda hacer? Inventar, sí, crear términos que realmente digan lo que está percibiendo nuestro organismo y todas nuestras capacidades de interpretación.
Vivimos confundidos. Por ello, necesitamos un nuevo lenguaje, un verdadero idioma que explique la integralidad de nuestra vida. Si esto resulta una grosería, una subversión, un desacato para el Estado de Derecho y de la lengua, ni modo. Es tiempo de quitarnos la mordaza, o el traje de locos que nos han impuesto, que sólo beneficia al poder que nos genera una visión ficticia de la vida.