Los fiscales de Cajonos, ¿mártires?

San Francisco Cajonos.
Fotografía: Ezequiel Leyva.
Juan Manuel López Alegría


“Chismosos”, les dicen ahora

Resulta interesante revisar el asunto sobre la discutible beatificación de Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles. 

Los ahora beatos eran fiscales de su comunidad, San Francisco Caxonos, ya que habían desempeñado otros cargos como acólitos y sacristanes; ello derivado de un concilio celebrado en 1585 en donde se organizó la participación indígena en los servicios comunitarios. 

El 14 de septiembre del año de gracia de 1700, estos fiscales, cumpliendo con su labor católica, denunciaron ante el sacerdote Gaspar de los Reyes a sus hermanos de raza zapoteca sobre los sacrificios rituales que practicarían a sus dioses ese día, de manera clandestina por supuesto, ya que tales prácticas estaban prohibidas por los invasores que trajeron una nueva religión, pues para éstos, el culto indígena era idolatría.

El ritual se celebraría en la casa de José Flores, en una planicie abajo de la iglesia, adonde fueron varios fieles enviados por el párroco. Al llegar al lugar fueron descubiertos. Los católicos, al frente de José de Varsalobre, desenvainaron las espadas y con la parte plana de la hoja (según el obispo Eulogio G. Gillow) golpearon a los indígenas que pudieron alcanzar (igual y mataron a dos que diez... pero no había historiadores indios del entonces Caxonos). Ahí encontraron los objetos de culto, como dos jicaritas llenas de sangre, tres ocotes apagados, gallos muertos, tamales y plumas.

No fueron dos, sino tres...

Al día siguiente, otro comunicativo indígena, un tal Pedro, alcalde de San Pedro Caxonos, se enteró que esa noche los irritados nativos pretendían matar a los delatores (o por lo menos cortarles la lengua), y corrió a avisar al convento de San Francisco donde se ocultaban los soplones. Gaspar de los Reyes, quien se oponía a entregar a los fiscales a su cuidado, se atrincheró en el recinto junto con otros españoles  armados. 

En el asalto al convento los españoles hicieron fuego y mataron a un indio e hirieron a otro (según el obispo Gillow). Los indígenas, entonces, amenazaron con incendiar el lugar, por lo que los frailes (que se negaron a ser mártires), con el diálogo y la concertación (que desde esa época se puso de moda), les entregaron a Juan Bautista y Francisco de los Ángeles a los idólatras, pero con la condición de que les perdonaran la vida y solamente los metieran a la cárcel. 

Los indios (que ya estaban aprendiendo de los colonizadores) dijeron que sí, que no había problema. Ya con los fiscales en su poder, primero los amarraron a un poste y los apalearon hasta desmayarlos; después los llevaron a la cárcel y, ya recuperados, de San Francisco los llevaron a San Pedro donde los tundieron de nuevo y los asesinaron. Se supone que los indios desaparecieron los cuerpos de los fiscales. Ya era 16 de septiembre.

Como era de esperarse, el desquite llegó pronto. Los españoles encarcelaron al gobernador y a todos los alcaldes en Villa Alta y otros indígenas en un total de 34, ya que tenían sospechas bien fundadas de que el resto de los pueblos Caxonos aplaudieron (es un decir) el asesinato de los, para ellos, traidores. 

Por lo que a dos de ellos los latiguearon en público, para que sirviera de escarmiento; 17 recibieron sentencias de muerte diferida, con derecho a apelación; y 15 fueron, de plano, condenados a muerte por decapitación el 11 de enero de 1702. Las cabezas adornaron estacas de pino en el camino de San Francisco hasta San Miguel Caxonos y sus cuerpos, destazados, fueron colgados de los árboles de la misma vía. 

Por lo que respecta a los fiscales asesinados, se dice que sus cadáveres fueron exhumados de San Francisco e inhumados en Villa Alta, de donde los sacó el obispo Gillow. Esas osamentas se encuentran en la catedral de la ciudad de Oaxaca.

Obispo exhumador y 33 “testigos” 

“El ilustrísimo y Reverendísimo Sr. Dn. Eulogio G. Gillow, Obispo de Antequera, de la Diócesis de Oaxaca” en 1889, después de exhumar a los indígenas, recomienda al arzobispo de México, Pelagio Antonio Labastida y Dávalos, “pedir una declaración solemne  y explícita de la Santa Sede que los eleve al honor de los altares”. Como en esa época los requisitos para elevarlos a ese honor tal vez no fueron suficientes, no pasó nada con los hoy beatos.

Al principio de la década de los setentas del siglo pasado, monseñor Ernesto Corripio Ahumada intentó continuar con el proceso de beatificación pero se fue a Puebla, por lo que Bartolomé Carrasco Briceño creó la Comisión Diocesana para promover la causa de los fiscales. Lo interesante es que, en 1991 se estableció un Tribunal Eclesiástico para “interrogar a los testigos sobre la continuidad de la tradición acerca del martirio y la fama de santidad”.

Interrogaron a la fabulosa cantidad de 33 personas de San Francisco Cajonos y agregaron las declaraciones de 13 integrantes del Consejo de Ancianos, realizadas entre 1976 a 1989 al sacerdote del lugar, Wilfrido Santiago Núñez (por cierto, ninguno de los ancianos nació antes de 1700). Todo se envió a Roma y siguió el proceso en el Vaticano.
“Entrego este voto de oro a la virgen porque cuando llegaron a mi casa los revolucionarios violaron a mis cinco hermanas y a mí no me hicieron nada”: Indalecio Antúnez.
Uno de los que declararon ante el Tribunal Eclesiástico, Desiderio Robles, ex presidente de San Francisco Cajonos, en 1982 propuso a las Asamblea de su pueblo encabezar la causa de los fiscales. Entrevistado por Gloria Leticia Díaz y Pedro Matías (revista  Proceso No. 1343) habla de los grandes milagros de los hoy beatos:

“Me iban a dar una pedrada en la cabeza cuando iniciamos el trabajo de la causa de los santos fiscales. Me agarraron a traición; me tapé con el brazo derecho y me lo quebraron. Me encomendé a los santos fiscales; vine a llorarles en la iglesia; el huesero me lo compuso y, con el temazcal, cada tercer día, me alivié”. Algo maravilloso, porque muy pocas personas sobreviven a una fractura del brazo derecho.

Un su compadre, Gilberto Hernández, presidente del Comité pro Beatificación en San Francisco, dice que los 33 milagros que sustentan la beatificación se documentaron hace cinco años cuando el Vaticano lo solicitó. Entre las maravillas que conoce el compadre Gilberto, sobre Juan Bautista y Jacinto de los Ángeles hay una interesante, por asombrosa, citamos a los periodistas de Proceso:

“Menciona que, antes de morir, los fiscales, que estaban encarcelados en Santo Domingo Xagacía, recomendaron a una persona que tenía dos hijos enfermos cortar una planta para hacerles un té, «y con eso sanaron. Por eso cuenta la historia que el papá de esos enfermos fue el primero que construyó la primera capilla»”.

Ya imaginamos, en las circunstancias en que se encontraban los pobres fiscales, y por otro lado la turba enardecida, que le pasaría a alguien se atreviera no solamente a saludarlos, mucho menos a solicitarles algún remedio (más bien el remedio lo querían los fiscales).

Milagros, milagros, milagros...

Otro milagro, fue el ocurrido al arzobispo, de apellido raro para los españoles: Gillow (aunque quien redacta a continuación le aumenta una “u” tal vez pensando en una película).

“El arzobispo Guillow al pasar en su visita pastoral por San Francisco Cajonos se sintió muy mal, era nada menos que una apendicitis. En eso tiempos eso era mortal. En ese trance acude a las reliquias de quienes desde entonces eran reconocidos como venerables, como santos, por todos sus paisanos a pesar de lo que ahora se diga de ellos [¿de los santos o de los paisanos?]. Tocó el arzobispo Guillow las reliquias con esa intención de que le hicieran el milagro de sanarlo. Y el milagro se hizo. Guillow quedó curado. Así fue como se echó el compromiso de promover la causa de su canonización”. (Luis Cortés Osorio, diario Noticias, 2 de agosto de 2002).

Parece que por esa época todo el mundo sabía de herbolaria o medicina, ya que, ¿cómo supo el prelado que era apendicitis?, ¿cómo supo que no era un dolor por estreñimiento? o por lo menos ¿cómo lo supo el redactor? 

Por otro lado, que arzobispo tan egoísta

Si comprobó que tocando las reliquias (que no sabemos cuáles son ésas… bueno, son los huesos) alguien se curaba, ¿por qué no las llevó por esos caminos de Dios para curar a tanto pobre indígena que sufría enfermedades que nunca había conocido hasta que las trajeron los paisanos del tal Gillow, como la viruela, la peste, la influenza, el tétanos, el tracoma, el tifus, la fiebre amarilla o la sífilis? Además, con otros cuantos milagros, nadie pensaría que él inventó el suyo.

El antropólogo brasileño Darcy Ribeiro considera que más del cincuenta por ciento de la población aborigen de América, Australia y las islas oceánicas murió contaminada luego del primer contacto con el hombre blanco (Rivero Darcy, Las Américas y la civilización).

Por supuesto, sobre los muertos y azotados indígenas que sufrieron castigo y fueron ejemplo para que el resto aprendiera cuál era la verdadera religión, nadie pretende elevarlos a rango alguno.

No imaginamos dónde metería la Iglesia a tantos mártires si, en 800 años de casi dominio árabe en España, los moros hubieran sido tan intolerantes con la religión católica como lo fueron los españoles en América, y hubieran asesinado a todos los que no comulgaban con Alá. 

Apurada por la ola de protestantes

No obstante, la debilidad de los argumentos para beatificar a los de Cajonos, incluso para canonizar a Juan Diego, donde hasta el antiguo Abad de la Basílica de Guadalupe, Schulemburg se oponía esgrimiendo razones en contra de dicha canonización, la Iglesia católica sacó adelante ambas acciones.

Y es que en esta época de reivindicación demagógica de lo indígena (pues nada concreto se hace por ellos) la Iglesia tenía también que participar, sobre todo cuando pierde terreno aceleradamente frente a las sectas religiosas que avanzan e incrementan su clientela entre los grupos indígenas de manera espectacular.

Empero, es posible que esta institución internacional que es la Iglesia católica, esté  sembrando para otros tiempos. Ella, de las pocas instituciones y monarquías que ha sobrevivido a lo largo de los siglos, también trabaja para la posteridad. Quizá en muchos años (si todavía hay indígenas) estas acciones realizadas en el México del 2002 le fructifiquen, pues ahora la repercusión entre el grueso de los indígenas es muy débil.

Al respecto es interesante comentar aquí la opinión de una indígena zapoteca que manifestó ante la canonización de Juan Diego “Yo le pediría a la virgen (de Guadalupe), pero a ese Juan Diego no”. Quizá por ello finalmente lo representaron en su imagen oficial de canonizado con barbas y más parecido a un español que a un indígena. 

El largo proceso que instaló el malinchismo en México no favorece precisamente la adoración del santo indígena. ¿Cómo atribuirle poderes sagrados a un igual?, ¿a un indio, jodido, igual que uno? Ante esto, era ocioso preguntar sobre dos personajes de menor cuantía, como los fiscales de Cajonos, que apenas son conocidos en Oaxaca.



[Artículo publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos, suplemento cultural del Comité Melendre ―Año II, N° 62, Dom 29/Sep/2013― publicado en EL SUR, diario independiente del Istmo. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]