La ciudad cambia irremediablemente
es el mismo sol que cuelga todos los días
pero el pueblo ya no es, es otro, es ajeno.
Juchitán se pierde entre palazos de tierra
el oro de tu pensamiento lo enterramos ya,
lo que permitiste ver fue apenas un rayo
ya todo se agolpa en el paraíso
de los recuerdos entrañables:
el panteón alumbrado de quinqués
el son bajo la enramada al mediodía
los callejones de polvo y de excremento endurecido
los niños y los puercos sobre la tierra seca
el río, las lagunas, en donde viste
la sonrisa de una hendidura rosada.
mientras te esperan en la oscuridad de su casa.
Na Nina esparce agua en su patio
las cervezas se acomodan como cadáveres
esperando la redención: el destape de la corcholata
que liberará su espíritu de vaho fresco;
el mezcal espera con su turbante de olote.
Justo Pineda está sentado con dos enanos,
Rey Baxa entra con su camisa en el hombro
atrás su hijo carga las escobas que anudaron en el día;
Jesús Urbieta se acaricia la barba sonriente
Ángel Toledo platica con Rosa Pina en su descanso
―ella es la diosa oidora de los poetas descuartizados―.
Un viejo trata inútilmente de armar un binnigula’sa’ disperso,
Melendre fuma un cigarro envuelto en hoja de maíz
Che Gómez abandona su cuerpo de morsa en un butaque
Nazario Chacón Pineda espera su whiski.
Alguien afina la guitarra: se asoman las puntas de los sones.
Bajo la enramada está la hamaca azul:
te espera.
[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos, suplemento cultural del Comité Melendre, Año I, N° 6, Dom 02/Sep/2012, tomado de Guidxizá número 14, Julio-Septiembre de 2009 Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]