Iván Tónchez Perea
El sol ha deshecho tu alado vuelo.
Pareciera que su luz te envolvió en su claridad
o simplemente que la rebeldía se unió contigo.
¡Oh, joven! ¡Oh Ícaro!, hecho para el laberinto estabas;
las sombras y sus ecos te eran ya familiares.
Tu padre, artífice, el ingenioso Dédalo preparó el infausto vuelo,
mas no reparó en tu juventud ni en los bellos y suaves destellos de la luz.
Tú, con oídos sordos y espíritu arrogante, codiciaste los dones de los dioses.
Pareciera que su luz te envolvió en su claridad
o simplemente que la rebeldía se unió contigo.
¡Oh, joven! ¡Oh Ícaro!, hecho para el laberinto estabas;
las sombras y sus ecos te eran ya familiares.
Tu padre, artífice, el ingenioso Dédalo preparó el infausto vuelo,
mas no reparó en tu juventud ni en los bellos y suaves destellos de la luz.
Tú, con oídos sordos y espíritu arrogante, codiciaste los dones de los dioses.
Eso se paga caro.
Dédalo llora tu muerte y añora la rocosa isla y los altos muros,
y acaso también al oculto habitante.
Y, también, se precipita en el insondable abismo.
Dédalo llora tu muerte y añora la rocosa isla y los altos muros,
y acaso también al oculto habitante.
Y, también, se precipita en el insondable abismo.
Ilustración: Ricardo de la Cruz |
Texto publicado en la Revista Guidxizá, Año IX, N° 17, Julio de 2012.