Convidado en la palabra

Víctor Fuentes

Para Irma Pineda

Tejedora de la palabra como las sabias mujeres zapotecas; ellas, las bordadoras de flores, hilanderas de guie’ chaachi, mujeres que echan la mano al horno para deleitarnos con su guiso, quizás un pescado orneado, o muchos totopos. 

Es una línea tan frágil la que vibra entre lo que escribe Irma Pineda y lo que sucede en las acrobáticas manos de esta nuestras mujeres. Al girar el totopo, como trompo al aire, sabias remojan la mano al meterla  al horno, y quizás la aguda visión para ensartar el hilo a la cabeza de la aguja, así la filigrana de la palabra de esta poeta za, se va entretejiendo en este gozo meticuloso tan ancestral, mano y cuerpo y espíritu.   

¿Cuándo aprendió la poeta a distinguir el valor de la palabra? Es una pregunta que vuelca el sentir y la desesperación, ante la antigua desigualdad de las mujeres que la anteceden, de las que comparte el mundo zapoteca, las mujeres de enagua que caminan descalzas por la vida. Quizás la fuerza que la empuja sea el silencio de éstas ante la  asombrosa poesía. 

Ella va cantando lo que callan, anuncia nuevos amaneceres ante la oscuridad del alba; muy especial si éstas son agraviadas, como en el poemario Guie’ ni zinebe.  En muchos de los poemas, Irma reclama a flor de poesía, la desigualdad, la actitud oscura ante la injusticia,  así escribió: “Cadi cayuuba di ra gucana’ya’/casi riuuba guendarigani/sti’ ca binni ni ruyadxí si cuxhalecabe guidiladidu/riuudiagasica’ caxidxi calaa dxita ladi/ ne ti gului’ nuuca xizaa/risiá ca’ rinni xhii layú/ti qui naca’ gacabiidi telayú. No duelen las heridas/como el silencio/ de los que miran mientras nos abren la piel / escuchan resignados el crujir de huesos/y para decir que les importa/limpian la sangre derramada/porque no quieren ensuciar el alba.  

La profundidad de esta desigualdad es reclamada con la palabra hecha de flores, ―como decimos en zapoteco a la poesía: diidxa guie’― porque sólo la flor muestra nuestro acercamiento puntual, y en los ojos de Irma esto se traduce en defensa, en perpetuar la fuerza de las mujeres zapotecas,  quizás de todas las mujeres del mundo. 

Para no seguir calladas, para no seguir silenciadas de sus pensamientos y acciones, para encontrarse a sí mismas. Esta es la tarea más noble que atisbo en la escritura de Irma, en hacernos reconocer el potencial demoledor y descubridor de la poesía.   

Leer de por sí, y más escuchar leer a Irma, acerca a estas mujeres a la otra oportunidad de sentirse reconocidas, el acento poético que desborda la lectura de sí misma; alienta esperanzas, construye alternativas no sólo de creación sino de realidades posibles para las mujeres, para nosotros mismos.  

Acercarnos a la palabra de la poeta, es saber que otro mundo dentro de éste nos espera. Aprendió a fuerza de ver pasar la nostalgia guindada de su ventana, aprendió Irma que con pocas partencias se desafía el mundo, con un guie’ tiqui en el centro del patio, puede ver morir las tristezas, pero también ver nacer la alegría de la vida. 

Una hamaca en vaivén es el descanso en el que gozamos su palabra, hecha belleza, hecha de sabias caricias, de momentos de arrebato a la noche su pereza, no sé si un remolino de ideas bullan en la cabeza de la poeta, pero de algo sí estoy seguro, en sus letras hay demasiada humildad para hacernos sentir que también somos poesía.  

No hay otro camino. Amamos estas letras o las ignoramos. Puedo perdonarle a quienes nunca la han leído o escuchado, pero no justificaría indiferencia a quienes su palabra nos ha alcanzado. No hay razón para el descuido, la indiferencia o el olvido. De hacerlo, traicionaríamos a la mujer zapoteca, a los binnizá. 

Nuestra indiferencia no apaga la sed de Irma. Cada día se acerca a la palabra como la primera vez en la que comprendió que su voz podría mostrarnos la sonrisa de las letras, puestas en armonía como las bordadoras de flores, color  y ritmo aceleran el pulso amoroso de sus versos. 

El acento se amplia, se acerca y se multiplica en las páginas que han recogido los poemas. En la red se puede escuchar a Irma, afortunadamente a cualquier hora del día. Para mí es una nueva oración al poder, al poder que nos convoca su desafío, su pausada pero contante construcción poética. 

El canto a la palabra zapoteca se celebra en esta mujer, que es belleza y arquitectura de la palabra. No hay arquetipos que simbolicen su esencia; todavía no la hay ―no puedo describir lo que es enigmático― como no la hay para definir lo que es poesía. 

Sé reconocer en la letra de Irma Pineda a una mujer emancipada. Y lo que es más, sé advertir que su palabra atañe a muchas mujeres en el silencio de sus habitaciones tan profundas y desvanecidas; advertir, también, que el gozo es mutuo, es llevadero, es arriesgado pero certero. 

Por ello evoco su osadía, su lucidez, su entrega. Al parecer cada verso reza un camino diferente, dentro de muchos bifurcados. Irma puede llevar la voz aunque lleve una mantilla en la cabeza, aunque el tápalo sea oscuro. El dolor es consciente para que no duela o duela menos, o para que aprendamos a llevarlo lo menos doloroso posible. 

Este regocijo ante el dolor me parece desafiante, alentador. Toca a cada quien encontrase en la mirada comprometida, en la constante pulsión de todas las mujeres como Irma que, sin ser una noria, arranca baldes de agua en el pozo más profundo del alma nuestra. 


[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos ―Año II, N° 85, Dom 17/Mar/2014―, suplemento cultural del Comité Melendre en EL SUR, diario independiente del Istmo. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]