Sobre la Ley de Telecomunicaciones y las radios comunitarias

Jaime Luna

Normar la oralidad y la imagen en un Estado de derecho es un laberinto inconfesable. La Ley de Telecomunicaciones y su reciente reforma aprobada por un Congreso repleto de sacos y corbatas, es para una persona parlante un duro hueso de roer. 
     Todos alcanzamos a comunicarnos de alguna manera. Unos lo hacen con señas, otros con groserías, otros con armas punzocortantes, otros con armas etilizadamente románticas… en fin. El caso es que todos hacemos uso de nuestra capacidad oral ―y de la vista― para hacernos entender en este mundo de infinidad de lenguajes. 
     Darle reglas a lo que no puede ni debe tener reglas es en verdad un laberinto sin salida. Los del poder hacen uso de ello para repetirnos hasta el cansancio lo que creen que debemos pensar y, obviamente, con ello elevar su poder económico. El avance tecnológico que está entre sus manos tiene tantos vericuetos en su uso que para qué platicamos de ello; pero tiene contratada a la gente que se encarga de eso. 
     Durante más de cien años esta tecnología ha estado a su servicio. El Estado les ha querido quitar algo, pero en verdad son simples rasguños. Las telenovelas son su fuerte, tan es así, que cuando nos damos cuenta ya estamos consumiendo sus condenados productos en todo.
     De un tiempo para acá la resistencia de los pobres ha estado manifestada como florecitas que nacen en la montaña. En el Istmo, en la Costa, en la Mixteca, en todos lados, poco a poco estas emisoras de oralidad se han ido apropiando de las señales que consumen y refinan sus gentes, sus comunidades, sus regiones. Esto es para nosotros una verdadera manifestación de seguridad que desde la madre tierra está gritando. Las radios comunitarias e indígenas, a fuerza de reclamos, lograron aparecer en la ley. Su ubicación en la tan mencionada reforma está entrando con calzador. Pero ahí van a estar. 
     Nosotros creemos que la vida no se legisla, se vive simplemente, y las flores que están naciendo solamente aplastándolas desaparecerán un rato, pero volverán a nacer porque son flores silvestres, que nacen con la energía propia y natural que da la tierra. No habrá ley que pueda controlar su existencia, como tampoco a nuestros pueblos. 


[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos, suplemento cultural del Comité Melendre, publicado en EL SUR, diario independiente del Istmo. Año I, N° 48, Dom 23/Jun/2013. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]