La despedida




Israel Briones
El abuelo Toño  se fue con el viento al salir el primer rayo de sol, el día que para mí, fue el mas largo de la primavera.

Mi abuela regaba agua para levantar el aroma de la tierra que se expandía por todo el patio y recorría parte de la casa. Yo jugaba con una carreta que me hizo el abuelo cuando tenia cinco años; permanecía bajo la sombra del gran Yaga Bioongo’. De pronto, mi mirada se detuvo en el tronco de éste, porque se posaba una enorme mariposa negra. El color de sus alas semejaba los ojos de la abuela: negros y profundos;  recordé entonces lo que decía Ta Toño de cuando las personas dejan este mundo y se marchan para siempre.

“El alma de una persona buena se transforma en mariposa y nuestro cuerpo en ave, porque así estamos hechos cuando todavía somos gente viva: de alma, carne y huesos” 

En ese momento pasó la anciana por sobre mis piernas para atravesar el umbral de la puerta y encontrar a su marido que yacía tendido en el catre. Corrí hacia donde él estaba, le besé la frente y la abuela hizo lo mismo.

Vino la rezadora; era el momento de despedir al abuelo.

Al día siguiente, recorrimos las principales calles del pueblo para que se despidieran  de él. Al llegar a la tumba abierta,  se posó una mariposa igual que la del árbol; parecía ser la misma, como si el alma del abuelo se encontrara esperando el ave para emprender el vuelo y partir para siempre de nuestro lado.



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Texto publicado en Istmo Autónomo (hoy Revista Guidxizá - Nación Zapoteca), Año I, Núm. 3, Octubre-Diciembre de 2004. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.

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