Mudubina

Dalthon Pineda

Ilustración:
Delfino Marcial Cerqueda

Te miraba de niño hablando con las flores del río, 
docenas de nutrias inquietas jugueteaban 
entre tus pies descalzos hundidos en el agua.

Acariciabas tu pelo, suave, lentamente deslizabas tus dedos, 
tus ojos que cantaban con tus labios mirando al cielo.

Reías y soñabas como quien disfruta la vida, Mudubina, 
pintabas las praderas de colores con tu sola mirada, tu piel blanca 
aroma de flor húmeda, aroma de flores del alma.

A lo lejos sobre un tronco hueco un ave negra 
miraba celosamente tu regocijo de diosa.

Entre la densa cortina de delgados carrizos 
te observaba Mudubina, de un solo despegar de sus alas 
y desde aquél tronco hueco se apoderaba de tus entrañas, 
te dejaba sin luz, sin aroma, sin alma, se marchaba 
como el viento, desaparecía con la tarde;
entre sus garras llevaba tu luz, tu aroma, tu alma.

De mi guarida en la que te observaba Mudubina 
salí desesperadamente, silbidos, gritos, ademanes, 
un par de piedras lanzadas al aire, 
nada pude hacer para devolverte el aroma, 
mujer de tez blanca, nada, sólo miraba cómo desaparecía 
entre la bruma del atardecer aquella ave negra.

Hoy me encuentro aquí como de niño, 
en el mismo lugar que te observaba Mudubina; 
esperando el atardecer, sentado en la ribera ansío la bruma 
y asecho el paso del ave negra para que te devuelva la luz, 
tu aroma, tu alma, alma de mi ser Mudubina.      


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Texto publicado en Guidxizá (Nación Zapoteca), Año III, Núm. 9, Julio-Septiembre de 2006. Guidxiguie', Guidxizá (Juchitán, Nación Zapoteca). Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.

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