Hilo del que nos colgamos

Santiago Ruíz Santos

                Hilo del que nos colgamos
liana para golpear
                cabello para suicidarse
alambre que forja heridas
                 ritual que salva al muerto
fácil columpio
                 hamaca para románticos
chicote para masoquistas
                 prenda erótica
correa para humanos
                 línea de desahogo
                        largo hombro para sostenerse.


¿Xilabela o Belaxila?


En el expediente del siglo XVI del Archivo General de Indias (AGI), Escribanía 160b, relativo al cacicazgo de Tehuantepec, varios testimonios afirman que la esposa de Cocijoeza se llamaba Xilabela, y Quetzalcóatl. Uno es el nombre en tichazàa (zapoteco colonial) y otro en náuatl (el llamado náuatl clásico), pero ¿son sinónimos? Xila, al igual que Quetzal, puede traducirse al español como ‘pluma’, mientras que Bela y Cóatl pueden traducirse como ‘serpiente’. No obstante, en la lengua zapoteca la forma general de construir palabras consiste en poner en primer lugar el significado genérico seguido del significado específico. De modo que el sinónimo de Quetzalcóatl sería Belaxila, y no Xilabela. Es el mismo orden que aplica Gubidxa Guerrero cuando afirma que actualmente el término en diidxazá (zapoteco del Istmo) sería Beendaxhiaa.[1]   
 
Ilustración: Manuel Cabrera
¿Cómo se puede explicar esta divergencia? Lo primero que viene a la mente es pensar que hubo un error de traducción por parte de los bènizàa, y que las diferencias gramaticales entre el náuatl y el tichazàa confundieron a los testigos. Pero en este caso específico, es difícil creer que los testigos que hablaron de Xilabela, todos miembros de la nobleza zapoteca, no supieran hablar
y por tanto traducir de náuatl a zapoteco y viceversa. Porque entonces lo mismo hubiera ocurrido con los nombres de Cocijoeza y Cocijopii al traducirlos al náuatl, y vemos que no es así, y que Huiztquiahuitl (Cocijoeza) y Ecaquiahuitl (Cocijopii) son traducciones bien logradas.
 
Por el contrario, si afirmáramos que Xilabela tiene un significado distinto de Quetzalcóatl, deberíamos buscar sus posibles traducciones. En una primera búsqueda en el Vocabulario de Fray Juan de Córdova tenemos que Xila puede significar además de pluma calor, don, gracia o merced, premio, riqueza (hacienda);[2] mientras que Bela/Pela puede significar además de serpiente carne, culebra, gusano, hilera, hermana (hermana de hermana, es decir, aplicado sólo para las relaciones entre mujeres).[3] Si combinamos los resultados para buscar una traducción veremos que ninguna combinación parece tener sentido, especialmente si pensamos que se trata del nombre personal de una mujer de la alta nobleza naua. Parece que la traducción más aceptable sería pluma-serpiente, es decir, pluma de serpiente. Y sabemos que la única serpiente con plumas que ha existido en estas tierras era la mítica Quetzalcóatl.

Coyolicatzin se llamaba Quetzalcóatl


Ilustración: Francisco S.
Regalado, Puga
Uno de los aspectos más importantes de los zapotecas es su historia. Y si bien es cierto que nuestra historia es milenaria, también es verdad que con el transcurrir de los siglos ésta parece olvidarse. Para nuestros ancestros la historia fue fundamental, pues servía de guía orientadora a las sucesivas generaciones. Y para conservarla, los binnigula’sa’ (zapotecas antiguos) tallaron estelas, pintaron murales, códices, y la transmitieron de manera oral.

Pero la historia no siempre relata fielmente los acontecimientos; por lo que continuamente tiene que reescribirse, conforme nuevos hallazgos enriquecen el acervo documental de un pueblo o de cierto periodo. Tal es el caso de las narraciones populares sobre la guerra entre aztecas y zapotecas, o sobre la vida de los últimos reyes de Tehuantepec. Mucho se ha escrito al respecto, por lo que en esta ocasión me enfocaré a un solo detalle: el nombre de la esposa de Cocijoeza ('Rayo de pedernal') y madre del último monarca zapoteca.

La versión más difundida que no por eso tiene que ser veraz, afirma que se llamó Coyolicatzin ('Copo de algodón'), y que perteneció a la familia gobernante de México Tenochtitlan. Y efectivamente, dicha mujer estaba emparentada con los dirigentes del reino mexica, pero no se llamaba Coyolicatzin, sino Quetzalcóatl.

Clamor del alba

Fernando Amaya


Xhilabela! Xhilabela!
Soy el colibrí demudado que absorto en su vuelo
se apresta a libar la miel de tu cáliz
Fernando Amaya
Xhilabela! Xhilabela!
Soy el cenzontle canoro que estrena una voz nueva
para celebrar con su canto tu altiva belleza
Xhilabela! Xhilabela!
Soy el caracol sonoro que convoca a tu pueblo
para los fastos de nuestra luna fértil
Xhilabela! Xhilabela
Soy el quetzal que sucumbe azorado
en tus ojos de serpiente divina
Xhilabela… Xhilabela…



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Publicado en la Revista Guidxizá, Año VII, número 15, Octubre-Diciembre de 2010.


Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos, suplemento cultural del Comité Melendre, publicado en EL SUR, diario independiente del Istmo. Año I, N° 48, Dom 23/Jun/2013. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.

Sencillas lecciones sobre 'El arte de amar'

Ilustración: Carlos Bazán
Sencillas lecciones sobre El arte de amar[1]

 Ovidio[2]

 
 
Se engaña aquel que acude a las artes de Hemonia[3] y da a tomar lo que arranca de la frente de un potro recién nacido[4]. Las hierbas de Medea no harán que el amor perviva, ni los conjuros de los marsos[5] acompañados de mágicos sones. La mujer del Fais[6] hubiera retenido al Esónida[7] y Circe a Ulises, si con sólo los conjuros pudiera el amor conservar. Y no serviría de nada hacer probar a las jóvenes esos filtros que las ponen pálidas: los filtros dañan la razón y tiene fuerza enloquecedora.
 

Sócrates ante un joven que deseaba ser político

Sócrates
DATO.- Tomado de Recuerdos de Sócrates, Libro III, Cap. 6. [Introducción, traducción y notas de Juan Zaragoza], Barcelona, Biblioteca Clásica Gredos, 1993, para la Revista Guidxizá, Año VII, número 15, Octubre-Diciembre de 2010. El nombre de este fragmento fue otorgado por la Revista Guidxizá.

Jenofonte[1]

Glaucón[2], hijo de Aristón, intentaba convertirse en orador político, ansioso de ponerse al frente de la ciudad cuando todavía no había cumplido veinte años[3]. Ninguno de sus parientes y amigos podía impedir que lo echaran de la tribuna y quedara en ridículo, pero lo consiguió únicamente Sócrates, que le tenía simpatía por su amistad con Cármides, el hijo de Glaucón, y con Platón.

Lo cierto es que, al encontrarse un día con él, lo primero que hizo para que le entrara el deseo de escucharle fue pararle y decirle:

―Glaucón, ¿te has propuesto ponerte al frente de nuestra ciudad?

―Desde luego, Sócrates.