EL TRAJE DE TEHUANA: Su transformación y representación en el arte. La conformación de una imagen social entre el mito y la realidad

Gilda Becerra de la Cruz

A mi abuela Isabel, 
con todo mi amor y admiración

La vestimenta de la mujer zapoteca del Istmo, mejor conocida hoy en día como ‘traje de tehuana’, se ha constituido como un signo de identidad de la cultura zapoteca, aunque cabe señalar que también lo ha sido de la identidad nacional, principalmente durante el México Posrevolucionario, en el cual se buscaban imágenes que sustentaran y reforzaran el nacionalismo.

El traje que continúan portando las mujeres zapotecas con orgullo, ha sido producto de transformaciones a lo largo de la historia, las cuales pueden apreciarse en diversas manifestaciones artísticas, desde la época prehispánica hasta la actualidad.  

En este breve artículo, pretendo hacer un recorrido por dichas transformaciones, centrándome en las representaciones del traje de tehuana y en la imagen que se ha dado de la mujer zapoteca a través de la pintura, la fotografía y el cine de los Siglos XIX, XX e inicios del XXI, sosteniendo que el arte ha contribuido a la conformación de una imagen social de la tehuana o, mejor dicho, de la mujer zapoteca del Istmo, la cual oscila entre el mito y la realidad.

Las primeras representaciones de la indumentaria de las zapotecas durante la época prehispánica, las podemos encontrar en figuras de cerámica y en algunos códices,  en los que observamos como elementos constitutivos de ésta: el enredo, el quechquémitl  o bien, el huipil y algunos adornos como orejeras y collares. De esta manera, la vestimenta de este grupo indígena en la época prehispánica era más sencilla que en la actualidad (aunque las mujeres nobles debieron llevar vestimenta más elaborada). Andrés Henestrosa  menciona que las esculturas más viejas presentan a la figura humana cubierta sólo en la región pudenda con el maxtatl (mastate) en el hombre y la faldilla en la mujer; y que al principio, las istmeñas llevaban el torso desnudo, siendo hasta tiempo después que se utilizó el huipil (bidaani’) y la enagua (bizuudi’).

Más adelante, con la conquista española se generaron muchos cambios en la sociedad, la organización política, la economía y en general, en la vida cotidiana de los pueblos indígenas. Uno de los aspectos que también se transformaron fue la forma de vestir. En el Istmo de Tehuantepec, este cambio fue dándose paulatinamente, adquiriendo elementos de culturas extranjeras y fusionándolas con los de origen mesoamericano.  

Sin embargo, el cambio en la vestimenta, se acentuó cuando se crearon las vías del ferrocarril y hubo más afluencia de mercancía extranjera e intercambios comerciales. Así, la indumentaria se transformó hasta llegar al estado actual, conformando el traje de tehuana tal como lo conocemos ahora, con la introducción de elementos europeos y orientales esencialmente. De esta forma, encontramos que el origen del bordado en el traje de tehuana proviene del mantón de Manila (capital de la antigua colonia española de Filipinas), el cual a su vez, tiene su antecedente en China. La técnica de los bordados en seda fue retomada en Andalucía, donde estas alegorías se cambiaron por motivos florales, que son los que influyeron directamente la elaboración del traje de tehuana. Además de ello, se introdujeron los holanes provenientes de Holanda (de ahí el nombre), para darle mayor elegancia al traje. 

En este sentido, se dio un fenómeno de transculturación, el cual consiste en el intercambio entre culturas, que conlleva a la creación de nuevos hechos simbólicos. Por lo tanto, se puede decir que la presencia extranjera enriqueció la cultura zapoteca del istmo y reafirmó el orgullo de sus habitantes por pertenecer a ella. Cabe destacar que los zapotecas no adquirieron por imposición esos elementos, sino que los relaboraron para integrarlos a su propia cultura.

Esto no sólo sucedió en el caso de la indumentaria, pero con respecto a ésta se puede decir que aquellos elementos que se han adoptado, han contribuido al enriquecimiento del traje típico, el cual se convirtió en la segunda década del S. XX, en un ícono nacional. De hecho, la mayoría de los artistas plásticos de la primera mitad del S. XX, interpretaron en al menos una ocasión a la mujer istmeña.  

La imagen de exotismo que despertaba la región en extranjeros y nacionales comenzó a crear y difundir la idea de una cultura que existía en un espacio parecido al paraíso por su exuberante vegetación y sus hermosas mujeres; las cuales, además, eran las líderes y protagonistas de su sociedad, en la que se apreciaba la continuidad de los valores y las raíces indígenas; cuestión que fue de sumo interés para aquellos que perseguían el afán nacionalista de la época, consistente en dignificar a los pueblos autóctonos.

En este contexto, la representación de la tehuana respondió a las siguientes razones: la construcción de una imagen nacional, en la cual se exaltó la de ella; la admiración por la cultura zapoteca vista como exótica; pero también, el registro etnográfico y el interés por conocer a la sociedad istmeña más allá de los exotismos.

El primero en hacer una representación de la tehuana en el campo del arte fue el italiano Claudio Linatti, en el año de 1828 con una litografía que presenta a la tehuana con el traje que usaba antiguamente, el cual constaba de un enredo y un huipil grande o de cabeza hecho de gasa.

Luego, en 1859, Charles Brasseur de Bourbourg en el campo de la literatura, la describe vestida fastuosamente: “un huipil verde agua, falda de colores y resonante holán, collar y aretes de oro y perlas.” 

Posteriormente, Antonio García Cubas (1832-1912), publicó su atlas La República Mexicana en 1878, ilustrado con litografías de tipos populares en el que presenta al vestido tehuano de forma muy similar al plasmado por Linatti.

En el campo de la fotografía, abundan las imágenes de istmeñas que fueron tomadas con diferentes propósitos (etnológicos, artísticos y de estudio fotográfico), en las que pueden observarse las distintas ópticas de los fotógrafos así como las transformaciones del traje en el tiempo. En este ámbito, encontramos el trabajo de Frederik Starr (1858-1933), director del Departamento de Etnología de Chicago, quien reunió imágenes de individuos y grupos de las diferentes etnias del sur de México; entre ellas, la zapoteca, con la pose fría y supuestamente objetiva que caracterizó a la fotografía etnológica del siglo XIX. Starr publicó en 1899 su obra: Indians of Southern Mexico: an Ethnographic Album.

El etnólogo Walter Scott, activo en México de 1904 a 1920, también registró a las tehuanas pero de una forma más cálida y expresiva.  Y por su parte, ‘Foto Estudio Jiménez’, de Juchitán, ha dejado uno de los mejores registros de la indumentaria local.  Sus trabajos comprenden desde los primeros años de la década de los treinta hasta los últimos de los cuarenta. Estos trabajos dan cuenta de las transformaciones de la indumentaria istmeña.

Ya en el siglo XX, principalmente desde 1920, la tehuana se convirtió en uno de los temas predilectos de pintores y escultores de México y el mundo. En la segunda década de dicho siglo, Saturnino Herrán pintó su cuadro ‘La Tehuana’, en el que aparece vestida de fiesta. También en los años 20, fue Diego Rivera quien la llevó al lienzo y a los muros, tras una visita a Tehuantepec. Rivera utilizó la imagen de la tehuana como un símbolo de lo mexicano. Él viajó al istmo en 1922, por orden de Vasconcelos después de su regreso de Europa y empezó a representarlas. A partir de ahí, más artistas también lo hicieron. Entre ellos, la fotógrafa italiana Tina Modotti, quien trabajó muy de cerca con los muralistas, en especial con Rivera.  

En la serie de fotografías que realizó Tina Modotti en 1929, al viajar al Istmo, nos presenta escenas cotidianas, en las que muestra a mujeres que se ganan la vida trabajando. En ellas vemos el ambiente pobre que de alguna manera desmiente la exuberancia de la vida en el Istmo representada por la mayoría de los artistas de ese momento. En este sentido, su serie de Tehuanas la ubicamos en el marco de la cotidianidad más allá del interés por su belleza o sensualidad como se hizo en general en las representaciones de la época en otros campos del arte como la pintura, enfatizando así el papel de la mujer tehuana como trabajadora y líder de la sociedad.  


En el campo de la fotografía, no podemos dejar de mencionar a la fotógrafa mexicana Graciela Iturbide, quien estuvo durante los años 1979-1989 trabajando en un proyecto que refleja su visión de la cultura zapoteca, específicamente, de sus mujeres. El fruto de dicho trabajo se publicó en el libro titulado: Juchitán de las mujeres. En sus fotografías, Iturbide nos presenta a zapotecas fuertes, líderes, independientes, participando de sus fiestas, sus ritos, sus actividades cotidianas, ya sea en su traje de gala, en su enagua y huipil de uso diario o incluso desnudas; imágenes de cuerpo completo o fragmentos de ella que denotan rasgos, voces, ideas, sentires. No obstante, más allá de proponer una imagen idealizada de ellas, Iturbide nos revela un mundo complejo y de gran riqueza, al que añade un aire de poesía, lo cual sólo puede provenir de una comprensión y complicidad con la cultura de la cual ha sido partícipe.

En el ámbito cinematográfico, la tehuana ha sido protagonista de películas como: ¡Que viva México! (Dir. Sergei Eisenstein, 1932);  La zandunga (Dir. Fernando de Fuentes, 1937); Águila o sol (Dir. Arcady Boytler, 1937); Tizoc, Amor indio (Dir. Ismael Rodríguez, 1957) y el documental Ramo de fuego / Blossom of fire (Dir. Maureen Gosling, 2000).

En ¡Que viva México!, en el episodio titulado ‘Sandunga’, se recrean los preparativos de una boda en el Istmo de Tehuantepec, proporcionando una imagen de la sociedad zapoteca que tiende a la fantasía, en la que el hombre es un ser totalmente pasivo, viviendo en una especie de paraíso terrenal; mientras que todo lo contrario sucede en el documental Ramo de Fuego, en el que es cuestionada la idea de una sociedad matriarcal; las cosas no se dan por hecho, se entrevista a la gente de la comunidad, se asiste al mercado, a las fiestas, se recurre a mujeres y hombres que de viva voz comparten su forma de vivir en el Istmo de Tehuantepec. Por otra parte, en películas como La zandunga o Tizoc, la intención es distinta, pues no se intenta retratar la vida de los zapotecas del istmo, sino mostrar la belleza del traje de tehuana. 

Podemos concluir, entonces, que la imagen de la tehuana en el arte oscila entre las que exaltan su figura, mostrándola en todo su esplendor, su exotismo y la riqueza de su traje y su cultura, y aquellas en las que se manifiesta un interés por reflejar otros aspectos de la vida social de la mujer istmeña, como son el trabajo, las actividades cotidianas, pero también su forma de ser y su actitud ante la vida. 


Por lo tanto, si bien la representación de la tehuana corresponde en general, a la de una mujer valerosa, participativa y líder de su comunidad, ya que desde tiempos remotos hasta la actualidad, la mujer istmeña se ha distinguido por tener una participación fundamental en la vida social y política de su pueblo, también es verdad que esto ha impedido ver otros rasgos importantes de la realidad, como las dificultades que se viven día a día, los conflictos sociales y el rol de los hombres en la sociedad zapoteca del istmo. De esta manera, el arte es una ventana más para ver  y admirar a la mujer zapoteca, pero recordemos que para conocerla, hay que mirarla de cerca, participar de su cultura, impregnarse de ella, reconociendo el complejo entramado social en el que vive.

Por último, es preciso decir que en la cultura zapoteca del Istmo, el atuendo de la mujer es un elemento fundamental de su identidad, que refleja su poder y estatus social, en la manera en que ella misma lo porta con alegría y dignidad; cuya importancia radica en que ha sobrevivido a pesar de los embates de la globalización, y con él, las tradiciones, el canto de la lengua indígena y la calidez de su memoria.

(Artículo publicado originalmente en la Revista Guidxizá, número 17, Junio de 2012)



[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos, suplemento cultural del Comité Melendre, Año I, N° 14, Dom 28/Oct/2012. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]