19 de mayo de 1850: el incendio de Juchitán

Gubidxa Guerrero

El sábado 18 de mayo por la mañana, José Marcelino Echavarría partió de Tehuantepec con rumbo a Juchitán acompañado de un numeroso ejército. Al parecer Echavarría tenía pensado salir para Juchitán un poco después, pero, según él, debido a los continuos partes que recibía de los alcaldes de Comitancillo e Ixtaltepec ―poblaciones intermedias en el camino que conducía de Juchitán a Tehuantepec―, tuvo que apresurar la marcha. La Sección de Operaciones sobre Juchitán estaba compuesta por 434 soldados: 250 hombres del batallón Guerrero; 114 del batallón Lealtad, de Tehuantepec; 70 soldados de caballería; dos cañones y un tren regular de campaña. El mismo 18 de mayo por la tarde llegaron al pueblo de Ixtaltepec, distante dos leguas de Juchitán y siete de Tehuantepec. En esa comunidad, avisados con anticipación, se le incorporaron las milicias auxiliares de seis pueblos: Comitancillo, Laollaga, Chihuitán, San Jerónimo (hoy Cd. Ixtepec), Espinal e Ixtaltepec “y sujetos particulares que quisieron dar este servicio al gobierno”. Todos pasaron allí la noche. El número de auxiliares, según la versión de los juchitecos, alcanzaba los dos mil hombres.

El día domingo 19 de mayo de 1850, a las ocho de la mañana, salieron de Ixtaltepec hacia Juchitán las tropas del gobierno comandadas por José Marcelino Echavarría, según él “porque el faccioso y criminal Don José Gregorio Meléndez con sus secuaces trataba de dar un golpe a la sección puesta a mis órdenes”. Temiendo emboscadas durante el trayecto de dos horas que debían recorrer de uno a otro punto, dispuso la fuerza de tal manera que se les pudiera hacer frente. En opinión de Marcelino Echavarría, el ejército zapoteca comandado por Che Gorio Melendre estaba integrado por 1500 hombres, provistos de machetes, hondas, lanzas y algunas armas de fuego; quienes, prevenidos, formaron dos frentes para defenderse del enemigo antes de que éste llegara a Juchitán: uno, 200 metros delante del pueblo, y el otro a la izquierda del anterior (rumbo al Este), dándole la espalda al bosque.

Para el relato de tan importante batalla, cabe señalar que hay tres versiones. La que cuenta José Marcelino Echavarría en tres documentos fechados el 19 y 20 de mayo, y el 18 de junio, respectivamente. La de los rebeldes juchitecos, que éstos plasmaron en los planes rebeldes del 28 de octubre de ese año y del 10 de enero de 1851 y que fue recogida en parte por José María Muñoz algunos meses más tarde. Y la que se presentó ante la prensa nacional por un grupo de ciudadanos oriundos de la capital del Estado de Oaxaca. 

En el primer comunicado de Marcelino Echavarría, fechado el mismo día de la batalla a las cuatro de la tarde, éste decía que sus hombres partieron del pueblo de Ixtaltepec a las ocho de la mañana y, por ende, llegaron a Juchitán a las diez. Según este informe, la batalla duró tres horas. Si la ofensiva terminó a la una de la tarde, y él y su tropa retornaron de inmediato a Ixtaltepec, debieron llegar a esta población a las tres. Entonces es coherente que su informe fuera firmado en Ixtaltepec a las cuatro de la tarde; una hora después de regresar a este punto y haberse tomado los minutos suficientes para redactarlo. En este primer oficio que tiene la virtud de haber sido escrito con inmediatez a los hechos, Echavarría contó que la batalla se peleó frente a Juchitán, pues ahí lo esperaban los sublevados organizados en dos grupos, queriéndolo rodear para cortarle la retirada; “lo que se frustró porque la fuerza de mi mando lo batió con mucho entusiasmo y valor por más de tres horas, al cabo de las cuales se dispersó por varios rumbos y por dentro de los mismos bosques”, evitando, dicho suceso, la derrota total de Che Gorio Melendre y de los juchitecos. Echavarría también apuntó que: 
a la hora de la dispersión una parte de su gente se internó en la población y la tropa la siguió haciéndole fuego; y mas como las casas situadas a la entrada son de palma, prendió una de ellas, que al instante tomó un cuerpo muy activo, tanto por estar tan unidas, como por el viento que soplaba con mucha furia; de manera que cuando quise cortarlo ya no fue posible, pues exponía la fuerza y parque que fueran presas de la lumbre; por lo que me supongo que a esta hora la población está reducida á cenizas.
Después de la batalla, Echavarría resolvió regresar a Ixtaltepec “porque, temía, y no sin fundamento, que Meléndez pasara a él y cometiera los desórdenes propios de su desesperación”. No enumeró muertos, pues todavía no recibía los informes de sus comandantes, pero aseguraba “para satisfacción del Excmo. Sr. Gobernador del Estado [Benito Juárez], que el numero de unos y otros es muy insignificante al del enemigo, cuyo conocimiento daré oportunamente”.

Al siguiente día, lunes 20 de mayo, Echavarría redactó un nuevo informe acerca de la batalla de Juchitán. En él, aunque coincide en varios aspectos generales con su oficio anterior, transforma la reseña llenándola de detalles. Su descripción es más pormenorizada esta vez. Da el número de muertos, menciona a los principales participantes, con sus respectivas acciones de guerra, y describe las zonas donde se combatió. Este documento coincide con el anterior en lo general: frentes defensivos juchitecos (2 líneas), duración de la batalla (3 horas), lugar de la batalla (frente al pueblo en la parte norte). Cambia su versión en un solo aspecto: hora de salida de Ixtaltepec (en lugar de las 8:00 a.m., da las 6:00 a.m). Aporta, como dato más que significativo, el total de bajas: “el enemigo tuvo sesenta muertos, no pudiendo saberse el número de heridos, porque se arrojaron a los bosques. Por nuestra parte hubo dos muertos y seis heridos”. En este informe mencionó, además, el papel trascendental que tuvieron los dos cañones que llevaba consigo la Guardia Nacional. Según este nuevo escrito, desde el comienzo de la batalla en que los juchitecos atacaron vivamente al ejército oaxaqueño, Echavarría mandó al comandante de artillería José María Toro, que colocase un cañón “de a ocho frente al pueblo y dirigiese algunos tiros de metralla. Esta medida surtió su efecto, porque al tercer tiro desapareció la fuerza que se había refugiado en el Calvario”. Aquí el comandante de las fuerzas atacantes probablemente cometió un error al nombrar el lugar, puesto que el Calvario se encuentra en el centro del pueblo, y no en el norte; por lo que el lugar a que hizo referencia tuvo que ser la capilla (hoy en día parroquia) conocida como Angélica Pipi, o en su defecto la de Ique Guidxi que son las únicas al norte del pueblo y existen desde hace más de dos siglos. Fue a raíz de estos cañonazos que las tropas juchitecas intentaron rodear a los soldados y, anticipándose a esto, Echavarría movió el frente de los batallones Guerrero y el de Tehuantepec (Lealtad), haciendo que las tropas giraran a su izquierda, “la caballería se colocó en un alto en observación: la artillería protegiendo ambas fuerzas. El fuego en este estado duró cerca de tres horas”. La Guardia Nacional, usando un cañón más pequeño, lanzó en esta posición catorce tiros hasta que la pieza se desmontó, “cuyo suceso dio aliento al enemigo que con algaraza activó su fuego”. Pero entonces el cañón más grande sustituyó al anterior y “tanto este movimiento como lo cerrado del fuego de fusilería de Tehuantepec por el flanco, acobardó al enemigo hasta el grado de dispersarse por los breñales, haciendo difícil su persecución”. Al finalizar esta batalla formal de tres horas y a pesar de lo abrupto del terreno, Echavarría mandó a la caballería que persiguiera a los rebeldes, y a las órdenes de Fidencio Ramírez y Rodríguez, ésta los hostigó frente al bosque haciéndolos retroceder, y después giró y se internó en el pueblo llegando hasta el centro de Juchitán lanceando a algunos rebeldes dispersos que le hicieron frente. “Lo próximo del ataque incendió varias casas de palma, y como á la sazón soplaba el norte con furia, fue comunicando el fuego, que habría sido general, si la mano del Altísimo no hace cesar el norte: razón porque se libró lo mejor del pueblo”. El cansancio de la tropa y la seguridad de las municiones lo hicieron regresar a Ixtaltepec. 

En esta versión, tal parece que el incendio fue posterior a la batalla. Entre los soldados sobresalientes según este parte de guerra estuvieron, del Batallón Guerrero, su comandante Miguel Sánchez, el capitán Antonio Vigil, los tenientes Manuel Álvarez y Vicente Lozano, y el subteniente Luis Zulaica; del Batallón Lealtad, de Tehuantepec, su jefe Miguel Conde, el teniente Alejandro López, y los subtenientes Gabriel Villalobos y Norberto Marín, además de José Almeida, Juan Jiménez y Máximo López. De la artillería, el teniente José María Toro y sus hombres “maniobraron con valor y entusiasmo aterrorizando al enemigo por la violencia de sus fuegos”. De la Caballería de Huajuapan de León, su jefe Fidencio Ramírez y Rodríguez se distinguió pues “persiguió a los fugitivos por el pueblo, hasta tomar el punto del Calvario, en unión del intrépido alférez D. Juan Nepomuceno Rementería, á la cabeza de la caballería de Tehuantepec”. El administrador de alcabalas Máximo Ramón Ortiz, “se manejó muy bien” y sus guardas Nazario Fuentes y don Luis Gonzaga Arias; asimismo el subprefecto de Juchitán Pedro Portillo, el administrador de correos Cesáreo Santomé y los alcaldes de los seis pueblos citados al comienzo del documento. Presente estuvo también el juez de primera instancia Antonio Nuñez. Otros distinguidos combatientes fueron “los estajeros Don Pablo Pandeli y D. Julio Liekenz que armados por su cuenta me sirvieron de todas maneras”.

El tercer documento que José Marcelino Echavarría escribió relatando la batalla fue elaborado casi un mes después de los hechos y ante los ataques de varios periódicos de circulación nacional que exigían el esclarecimiento del incendio, especialmente el periódico de tendencia liberal El Monitor Republicano. Este parte de guerra fechado el 18 de junio es importante por la modificación sustancial que hace su autor en lo concerniente al inicio del incendio de Juchitán. Según este nuevo documento, los soldados del gobierno salieron rumbo al pueblo rebelde y poco antes de llegar a él “se presentó el enemigo en corto número rompiendo sus fuegos de frente […] y al momento fue atacada toda mi línea por un fuego de fusilería activo que salió del bosque que cubre el costado izquierdo del camino real”. Echavarría cuenta que mandó tocar alto, dividió en tres secciones a su tropa, cubriendo el frente y sus dos flancos; colocó los dos cañones estratégicamente, y:
una pieza contestó los fuegos que salían del pueblo y la otra los del bosque, y al segundo tiro de cañón prendió una casa de palma, que avivada por el norte comunicó el incendio a las otras. La acción se empeñaba, el enemigo no abandonaba su posición y por el contrario extendía su línea queriendo circunvalarme. Mandé el batallón Lealtad hasta el bosque dando un cuarto de conversión á la izquierda, el Guerrero redobló su fuego de frente, y la pieza de á ocho los tiros de metralla. A las dos horas y media cesó el fuego del enemigo y apenas se percibía uno que otro tiro. Dispuse que la caballería de Huajuapan penetrara el bosque con carabina en mano, y esta maniobra dispersó completamente los pocos de Meléndez que parapetados de los árboles nos cazaban. Reconocí el campo nuestro, y no el del enemigo, por no parecerme prudente, y encontré que nos había hecho dos muertos y seis heridos. Dispuse mi marcha para Ixtaltepec distante dos leguas, lo primero porque no se podía pernoctar en un pueblo ardiendo, y lo segundo porque debía dictar medidas de política que volviesen al orden á Juchitán sin necesidad de otro derramamiento de sangre.
En este nuevo informe, el fuego se desata desde comienzo (al segundo cañonazo) de la encarnizada batalla. Si recordamos que en los otros comunicados los juchitecos habían sido derrotados a las afueras de su pueblo desde el principio, y su entrada al poblado había provocado que en su persecución la Guardia Nacional incendiara "accidentalmente" las casas, notaremos lo significativo del cambio: en esta última versión, más bien parece que fue el vivo fuego lo que provocó la derrota de los juchitecos. 

Echavarría se dedicó a defender las razones que lo obligaron a actuar con dureza. Más de la mitad de este documento contiene justificaciones de su proceder. Dice que incendio fue un “suceso forzoso en unas habitaciones de palma, apiñadas las casas, y resecos los techos […] siendo admirable que no se hubiese quemado todo el pueblo á lo que sus vecinos estaban preparados”. Además, agregaba, “en este caso, solo quien no conozca el país creería librarse del fuego”, arguyendo que los habitantes ya habían sacado con anticipación sus bienes. Remataba su defensa, diciendo lapidariamente: “No se lamente, pues, ni haga mérito de un suceso que la embriaguez constante de Meléndez y la ignorancia de su pueblo hicieron forzoso, porque no se había de contestar á las balas con frases filantrópicas, ni á la muerte que se nos enviaba, con razonamientos oratorios”. 

La tercera parte de su alocución la dedicó a criticar la actitud que de antaño se atribuía a los juchitecos. Enumeró sus “robos”, tanto de particulares como de las Haciendas Marquesanas, donde mataron y vendieron “mas de cinco mil cabezas” de ganado. Citó la injusticia que el pueblo cometió contra Manuel Niño López y Pablo del Puerto. Denunció el saqueo de la sal que anualmente hacían, “y llegó a tal grado el orgullo, que en los pueblos comarcanos bastaban que dijeran, soy juchiteco, para que nadie se atreviese á contradecir sus deseos. La independencia total, el desconocimiento de las autoridades […] el crimen, este era el plan no escrito de Juchitán”, según Marcelino Echavarría. Para destacar el carácter local de la rebelión que estaba combatiendo, contó que “el grito de guerra de Meléndez al salir de Tonalá para Chiapas, fue: muera el Estado de Oaxaca y viva Juchitán”. Terminaba su discurso haciendo un llamado a la prensa nacional que había protestado por la violencia con que se estaba reprimiendo esta rebelión, y enfatizando el carácter bárbaro de estos indígenas, completaba: “Cuidado, pues, con escritos apócrifos y proteger guerras civiles cuyo fin no se conoce, porque entonces puede realizarse la de castas […] Sepan por último, los hombres de todos los partidos, que Juchitán no tiene simpatías con ninguno, y que le es indiferente todo lo que no sea sus tierras, sus robos y su pueblo”.

La segunda versión de esta batalla fue la que dieron los rebeldes y que nos llega por tres escritos. El primero está referido en el primer plan rebelde que elaboraron el día 20 de octubre de ese mismo año. En él dicen: “el gobierno de Tehuantepec [refiriéndose a la administración del Departamento. Recordemos que ahí residía el poder regional] nos ha hecho una guerra desoladora: que ha atacado a la moral y a la justicia que nos asiste, la propiedad y el derecho de gentes con un incendio que ha exterminado la mitad de la población: que ha visto con placer el derramamiento de tanta sangre”. La segunda mención que los juchitecos hacen de la batalla del 19 de mayo, se encuentra en los considerandos de un nuevo plan fechado el 10 de enero de 1851. En él escribieron: “Que si bien es cierto que Juchitán ha reclamado y reclama principios de derecho y justicia, por perjuicios que se le han ocasionado, no solo en los robos y asesinatos cometidos en esta población, sino por el incendio premeditado que se ejecutó en ella”. La tercera alusión a la batalla e incendio de Juchitán la dio el militar enviado a combatir a Meléndez, José María Muñoz, cuando enumeraba las razones para hacer un tratado de paz. En ese documento escribió que recibió constantes mensajes de Meléndez donde le decía que ni el gobierno federal ni el estatal lo habían escuchado cuando explicaba la situación de su pueblo pidiendo consideración, sino “lo contrario, cuando esperaba alguna providencia favorable se lo atacó improvisadamente con fuerzas de comisión en unión de más de dos mil individuos de plebe de los pueblos circunvecinos que cuales unas fieras unidos á la tropa se lanzaron al robo, al asesinato y al incendio”. Más que una versión de la batalla, la que daban los juchitecos era una inculpación al gobierno del Estado, encabezado por Benito Juárez García (futuro Presidente de México), por la extrema violencia que se vivió el 19 de mayo. Tan probable es que los sublevados hubieran exagerado el número de fallecidos propios, como posible que los militares de la Guardia Nacional hubieran minimizado la cifra de muertos contrarios para ocultar una auténtica masacre. Y si bien es cierto que los muertos del gobierno fueron dos, seguramente fueron más de sesenta juchitecos quienes perecieron aquel fatídico día. 

La tercera versión de esta batalla, apareció en varios diarios del país, provocando, incluso, que José Marcelino Echavarría redactara el documento dirigido al Gobernador del Estado, con copia para esos mismos diarios, que ya citamos líneas arriba. En los tres principales periódicos de circulación nacional (El Universal, El Siglo Diez y Nueve, y El Monitor Republicano), aparecieron editoriales muy críticos ante los hechos de Juchitán. Se publicaron cartas de vecinos de Oaxaca “en el que tratándose del incendio de Juchitán se asegura que fue premeditado con mucha anterioridad y que tal hecho es digno de ser reclamado por toda la prensa hasta que sea depurada la verdad, y por consiguiente castigados, como es justo, sus autores”. Se decía también que la Sección contra Juchitán “no atacó fuerza alguna reunida, sino que avanzando sobre el pueblo entró haciendo fuego á las casas y gente indefensa que las habitaba”. La primera de estas cartas se publicó el sábado 1 de junio en El Monitor y se reprodujo el martes 4 en El Siglo Diez y Nueve; dos diarios liberales. Decía que no fue la obstinación de Meléndez la que produjo el incendio, pues éste había solicitado garantías para deponer las armas y no se las habían querido dar: 
¿Cómo, pues, la obstinación de Meléndez en querer llevar adelante por la fuerza su movimiento ha sido la causa del incendio de Juchitán, si aquel no quería ya otra cosa que la gratitud de la vida, prescindiendo de todo lo demás? El exterminio de ese desgraciado pueblo fue una cosa determinada con premeditación y anterioridad
El día jueves 6 de junio, apareció en la primera plana de El Universal el editorial titulado: “La ley debe ser igual para todos.- Dos palabras sobre el suceso de Juchitán” que hablaba principalmente de la situación de este pueblo y contrastaba la severidad que aquí había mostrado el Gobierno del Estado con la indulgencia que el Gobierno Federal había tenido con los rebeldes que se habían levantado en armas en el Estado de Puebla, casi simultáneamente. Una parte decía: 
No hace muchos días qua la prensa toda se mostró escandalizada por los penosos acontecimientos de Puebla; y no tanto se escandalizó por el miserable motín y por los mas miserables pretextos que para él se alegaron, cuanto por el desenlace que tuvo y por la impunidad en que quedaran sus promovedores. Pues bien, en el pueblo de Juchitán, del Estado de Oaxaca, hubo también un levantamiento contra el orden de cosas establecido: arrepentidos o desengañados los insurrectos, pidieron la gracia de la vida, como única condición para deponer las armas; el gobierno se mostró inexorable; y mandando tropas contra los sublevados, hubo un encuentro terrible, en medio del cual el pueblo de Juchitán fue entregado a las llamas, perecieron una gran parte de su numerosa población. […]
Es preciso tener presente, que los sublevados de Puebla eran unos cuantos, que hicieron armas contra la autoridad, a despecho de toda la población, y que los de Juchitán eran un pueblo entero, que tal vez engañado, tal vez seducido, tal vez hostigado por el padecer, demandaba alguna medida útil ó necesaria. Una mala fe conocida figuró en el primer pronunciamiento, un error acaso disculpable fue la causa del segundo. Humildes los primeros llegaron á pedir una gracia nada más para sosegarles la vida; audaces e insolentes los segundos, no depusieron su actitud hostil, sino después de haber sido invitados repetidas veces por el gobierno para celebrar un tratado que los dejó libres. ¿Por qué tan implacable rigor con los primeros, y tan degradante debilidad con los segundos? ¿Por qué se perdonó á los díscolos de Puebla, y no solo no se perdonó, sino que se quemó vivos á los viejos, á los hijos y á las mujeres de Juchitán?...
Hay motivos para creer que no fue el jefe de los sublevados el autor de aquella sangrienta escena, sino la inclemencia de un gobierno, que no sabemos por qué misterioso rigor, sacrificó á mil inocentes, que estaban mezclados con los culpables.”
Todavía el domingo 16 de junio, El Universal publicó otro editorial al respecto en cuyas líneas decían, entre otras cosas: “A los pronunciados de Juchitán no se les escucha, se les persigue a sangre y fuego, y se incendia inhumanamente su población ¡Severidad desusada! ¿Cómo se quiere que haya moralidad en el pueblo, á la vista de tales inconsecuencias?”. Por último, y quizás esta sea la publicación más polémica, se encuentra la carta fechada el día 13 de junio y publicada el lunes 24 del mismo mes, redactada por unos vecinos de Oaxaca que prefirieron guardar el anonimato, y que no sólo acusaban al gobierno de haber premeditado el incendio, sino de haberse ufanado días antes practicando con balas incendiarias en la misma capital del Estado. Comentaban quienes suscribían esta carta que la persona más allegada al gobernador Juárez decía que si los juchitecos: 
no sucumben y se ponen a disposición del gobierno, será reducido á cenizas el pueblo y no quedará piedra sobre piedra como en Jerusalén!!! Agreguen Vds., señores editores, el que cierto jefe en unión de otros varios militares estuvieron ensayando o experimentando públicamente y aún mostrando a algunas personas unos proyectiles o balas de incendio que condujeron á esta capital de la de la república, los ciudadanos Joaquín Vasconcelos, comerciante, y José Reyes, varillero, de encargo para este gobierno, y pusieron una casilla de paja o petate en el cerro llamado de la Soledad, para experimentar su buena dirección y efectos incendiarios; lo que se efectuó a vista de muchos en los días que antecedieron a la salida de la segunda sección á Tehuantepec.
Son tres las fuentes. Una, la oficial, que Benito Juárez defendió en sus intervenciones al Congreso de la Federación y al Congreso Local. Otra, la de los juchitecos que llega a nosotros mencionada en sus dos planes rebeldes; y la última, la de la prensa nacional y los ciudadanos de Oaxaca que redactaron la carta antedicha. El hecho fue que esta batalla y su lamentable desenlace, aumentaría el odio de los zapotecas istmeños por los gobiernos del centro. Más adelante los binnizá comandados por José Gregorio Meléndez pudieron aplicar terribles castigos a varios de los responsables del incendio…


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Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos, suplemento cultural del Comité Melendre, Año I, N° 43, Dom 19/May/2013. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.