Culto religioso y comunalidad

Saumerio, en el Templo de San Vicente Ferrer.
Fotografía.- Marciano Valencia
(Diario comunal 223)

Jaime Luna 

Los cultos religiosos, ¿realmente nos convencen o simplemente nos integran? En la comunidad rural, pero también en la ciudad, casi todos asistimos a los templos católicos. Sobre todo, durante las fiestas patronales.

Es decir, asistimos a un ritual, pero, ¿todos vamos convencidos de lo que por nombre se celebra? Si preguntáramos a cada uno, la respuesta sería afirmativa, pero en la realidad ―y esto como verdad a voces― sabemos que no. No se duda en cada caso que algunos sí asistan, como se dice, con fe. Pero la gran mayoría tiene otros motivos que le empujan a participar de la celebración, no sólo en su organización, sino en la festiva participación.

Como todos sabemos, una fiesta se inicia tiempo atrás: el campesino dedica su esfuerzo al cultivo de lo que se ha de consumir en la fiesta y en el hogar, sembrando condimentos o simplemente guardándolos para la misma celebración; ahorra dinero para la compra de una ropa significativa, el pago de las cuotas o, si el familiar será el mayordomo, para auxiliarlo. 

A últimas fechas, se ha hecho costumbre que en los Ángeles, California, u otras ciudades de Norteamérica, se coopere para el financiamiento de la celebración. Sin entrar en detalles, todos participan y, de eso, todos estamos enterados.

Pocos conocen la historia de cada santo o virgen, aunque hayan invertido mucho tiempo en el diseño de la ropa que le han de donar al personaje. De su impacto real, nadie se pregunta; a tal grado que se percibe que estos personajes tan solo son un pretexto para celebrar. Los curas deben saberlo, pero son pocos los que en realidad realzan la historia y la labor del santo patrón o patrona.

Por todo esto, resulta inquietante saber qué hacemos en la iglesia; si celebramos al personaje o celebramos la asistencia y presencia del todo y de todos. La mayoría, y no es porque les fascine el chisme, asiste para saber quién va; es decir a mirarse en el conjunto. Otros van para ver qué se da: que si tamales, que si ponche, que si mole, que si mezcal y, de paso, echar relajo con sus cuates. Los jóvenes, obviamente, asisten para pescar, o ver quién pesca o ya pescó nueva pareja.  

En general una fiesta o celebración es la integración de un todo y de todos. Hay quienes la organizan por obligación y otros por voluntad propia. No se niega que en algunos lugares haya problemas con las diversas sectas o creyentes de otras confesiones, pero también, como es sabido, en los pueblos se hace problema cuando no comparten sus obligaciones comunitarias o cuando luchan contra los acuerdos de asamblea. La libertad de creencia existe, pero la contribución a la colectividad significará siempre una obligación.


[Texto publicado en Guidxizá, una mirada a nuestros pueblos ―Año II, N° 68, Lun 11/Nov/2013―, suplemento cultural del Comité Melendre en EL SUR, diario independiente del Istmo. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.]