Sencillas lecciones sobre 'El arte de amar'

Ilustración: Carlos Bazán
Sencillas lecciones sobre El arte de amar[1]

 Ovidio[2]

 
 
Se engaña aquel que acude a las artes de Hemonia[3] y da a tomar lo que arranca de la frente de un potro recién nacido[4]. Las hierbas de Medea no harán que el amor perviva, ni los conjuros de los marsos[5] acompañados de mágicos sones. La mujer del Fais[6] hubiera retenido al Esónida[7] y Circe a Ulises, si con sólo los conjuros pudiera el amor conservar. Y no serviría de nada hacer probar a las jóvenes esos filtros que las ponen pálidas: los filtros dañan la razón y tiene fuerza enloquecedora.
 
¡Manténgase lejos de aquí cualquier tipo de fraude!, para ser amado has de ser amable, y eso no te lo proporcionará tu cara ni tu apariencia externa únicamente. Aunque seas Nireo, a quien el antiguo Homero adoraba[8], o el joven Hilas, criminalmente raptado por Náyades[9], para llegar a poseer a tu señora y para que no te admires de verte abandonado, añade a los dones del cuerpo las cualidades del espíritu. La hermosura es bien quebradizo y conforme va ganando en años disminuye y se consume ella misma con el transcurrir del tiempo. Tampoco las violetas ni los lirios entreabriéndose florecen siempre, y, al perderse la rosa, queda punzante la espina. También a ti, que eres hermoso, habrá un tiempo en que te llegarán los cabellos canos, un tiempo en que llegarán las arrugas que te surcarán el cuerpo. Dispón ya tu espíritu para que perdure y colócalo junto a la hermosura: sólo él permanece hasta la pira funeraria. Y pon también especial interés en cultivar tu mente con las artes liberales y en aprender las dos lenguas.
 
Ulises no era hermoso pero era elocuente, y así hirió de amor a las diosas marinas[10]. ¡Oh, cuántas veces Calipso se quejó de que aquél se apresuraba a partir y dijo que el mar no era propicio para el remo! Ella le pedía que una y otra vez le contara la caída de Troya, y él solía referirle una y otra vez lo mismo, aunque de distinto modo. Habiéndose detenido en la playa también allí la hermosa Calipso reclama la historia del sangriento destino del rey odrisio[11]. Él con una vara pequeña (pues casualmente llevaba una vara) le pinta el cuadro que ella pide sobre la arena compacta. “Ésta es Troya”, le dice (y pinta las murallas en la arena); “éste supón que es Símois[12]; imagínate que éste es mi campamento. Había una llanura (y pinta una llanura) que llenamos de sangre al dar muerte a Dolón[13], mientras espiándolos deseaba para sí los caballos del demonio. Allí estaban los pabellones del sitonio[14] Reso; por aquí regresé de noche a lomo de los caballos que robé…” y pintaba muchas figuras, cuando de repente una ola se llevó a Pérgamo y el campamento de Reso al mismo tiempo que a su rey. Entonces la diosa dijo: “¿te das cuenta de los nombres tan importantes que han borrado esas olas que tú crees fiables para navegar por ellas?”
 
Así pues tú, quienquiera que seas, confía no sin temor en la engañosa apariencia física y haya algo que tengas en mayor estima que el cuerpo. La oportuna condescendencia es lo que principalmente gana los corazones; la aspereza acarrea odio y guerras crueles. Odiamos al gavilán porque siempre vive en armas, y a los lobos que tienen la costumbre de atacar al rebaño atemorizado. En cambio la golondrina, por ser inofensiva, no se ve perseguida por los hombres, y el ave de Caonia[15] tiene torres donde anidar. ¡Quedaos lejos, peleas y discusiones de amargas palabras! El tierno amor debe alimentarse con palabras dulces. ¡Que las esposas huyan de sus maridos y los maridos de sus esposas por culpa de la discusión y crean recíprocamente que están en pleito continuo! Eso cuadra bien a las esposas, las disputas son la dote de las esposas; pero la amiga escuche siempre las palabras que desea. No os habéis juntado en un solo lecho por imperativo de la ley, pero entre vosotros el amor desempeña el mismo papel que la ley. Dile tiernos halagos y palabras que regalen su oído para que ella se alegre con tu llegada.
 
No vengo yo como maestro del amor para los ricos; ninguna necesidad tiene de mi arte aquel que puede ofrecer regalos. Consigo lleva la sabiduría aquel que, cuando quiere, puede decir: “toma”; me doy por vencido: él resulta más del agrado que mis descubrimientos. Yo soy poeta para los pobres, porque he amado siendo pobre; como no podía dar regalos, daba palabras. Que el pobre ame con precaución, que tenga cuidado con maldecir el pobre, y que soporte muchas cosas que los ricos no soportarían. Recuerdo que, airado yo, despeiné los cabellos de mi señora. ¡Cuántos días me robó a mí ese día![16] Ni me di cuenta ni creo que le rompiera la túnica, pero ella lo dijo, y se la tuve que comprar de nuevo con dinero de mi bolsillo. Así que vosotros, si sois listos, evitad los yerros de vuestro maestro y temed los juicios que me ocasionó mi falta; los combates sean contra los partos, pero con tu elegante amiga haya paz, alegría y todo lo que es capaz de provocar el amor.





[1] Tomado de El arte de amar, Libro II, 100-175 [Traducción y notas de Vicente Cristóbal López], Barcelona, Biblioteca Clásica Gredos, 1997. Este fragmento fue titulado así por Guidxizá. En la versión original no tiene nombre.
[2] Nació en Sulmona, a 130 kilómetros de Roma, en el año 43 a.C. Recibió una esmerada formación romana pero complementó sus estudios en Grecia y Oriente. Tuvo escasa participación en la vida política de su tiempo, no obstante fue exiliado de Roma y murió lejos de su patria. Entre sus textos se cuentan: Amores, Heroidas, Fastos, Metamorfosis, Tristia y Pontica.
[3] Las mujeres de Hemonia o Tesalia tenían fama de brujas: “arte de Hemonia”, vale, pues, por “artes brujeriles”.
[4] Dicha excrecencia se llama “hipómanes” y es considerada filtro amoroso, así como el líquido que destilaban del útero las yeguas en celo con el que a veces se le confunde. Cf. Am. I, nota 49.                                                                             
[5] Pueblo establecido al este de Roma, en los alrededores del lago Fucino. Eran famosos por sus hechicerías.
[6] Medea. El Fasis era el río de la Cólquide.
[7] Jasón.
[8] Nireo era el guerrero más bello, después de Aquiles, de todos los griegos que acudieron a Troya, según Homero (Ilíada II 671-675).
[9] Hilas, uno de los argonautas, fue raptado por las Náyades de una fuente de Misias, que se había prendado de su hermosura.     
[10] Circe y Calipso.
[11] Cf. Amores I, nota 61. [La nota referida trata de Reso el tracio, y dice lo siguiente: “Rey que acudió en ayuda de los troyanos, cuando estaban sitiados por los griegos, y que fue muerto por Diomedes en su famosa salida nocturna con Ulises (Ilíada X 490 y ss), siéndole al mismo tiempo  robados su caballos”]
[12] Uno de los ríos de Troya.   
[13] Espía troyano enviado por Héctor, capturado y muerto por Ulises y Diomedes en su nocturna aventura. Ansiaba poseer como botín los caballos de Aquiles.
[14] Sitonio y odrisio, como antes se le designaba, son ambos equivalente de tracio.
[15] La paloma. Los caonios eran un pueblo del Egipto, en cuya región estaba el Santuario de Dodoma, y allí, en la encina sagrada, daban oráculos las palomas.
[16] Cf. Amores I 7, donde se narra más o menos lo mismo.




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Texto publicado en la Revista Guidxizá, Año VII, número 16, Junio de 2011. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.