Ilustración: Carlos Bazán |
¡Manténgase
lejos de aquí cualquier tipo de fraude!, para ser amado has de ser amable, y
eso no te lo proporcionará tu cara ni tu apariencia externa únicamente. Aunque seas
Nireo, a quien el antiguo Homero adoraba[8], o el
joven Hilas, criminalmente raptado por Náyades[9], para
llegar a poseer a tu señora y para que no te admires de verte abandonado, añade
a los dones del cuerpo las cualidades del espíritu. La hermosura es bien
quebradizo y conforme va ganando en años disminuye y se consume ella misma con
el transcurrir del tiempo. Tampoco las violetas ni los lirios entreabriéndose
florecen siempre, y, al perderse la rosa, queda punzante la espina. También a
ti, que eres hermoso, habrá un tiempo en que te llegarán los cabellos canos, un
tiempo en que llegarán las arrugas que te surcarán el cuerpo. Dispón ya tu
espíritu para que perdure y colócalo junto a la hermosura: sólo él permanece
hasta la pira funeraria. Y pon también especial interés en cultivar tu mente
con las artes liberales y en aprender las dos lenguas.
Ulises
no era hermoso pero era elocuente, y así hirió de amor a las diosas marinas[10].
¡Oh, cuántas veces Calipso se quejó de que aquél se apresuraba a partir y dijo que
el mar no era propicio para el remo! Ella le pedía que una y otra vez le
contara la caída de Troya, y él solía referirle una y otra vez lo mismo, aunque
de distinto modo. Habiéndose detenido en la playa también allí la hermosa
Calipso reclama la historia del sangriento destino del rey odrisio[11]. Él
con una vara pequeña (pues casualmente llevaba una vara) le pinta el cuadro que
ella pide sobre la arena compacta. “Ésta es Troya”, le dice (y pinta las
murallas en la arena); “éste supón que es Símois[12];
imagínate que éste es mi campamento. Había una llanura (y pinta una llanura)
que llenamos de sangre al dar muerte a Dolón[13],
mientras espiándolos deseaba para sí los caballos del demonio. Allí estaban los
pabellones del sitonio[14]
Reso; por aquí regresé de noche a lomo de los caballos que robé…” y pintaba
muchas figuras, cuando de repente una ola se llevó a Pérgamo y el campamento de
Reso al mismo tiempo que a su rey. Entonces la diosa dijo: “¿te das cuenta de
los nombres tan importantes que han borrado esas olas que tú crees fiables para
navegar por ellas?”
Así
pues tú, quienquiera que seas, confía no sin temor en la engañosa apariencia
física y haya algo que tengas en mayor estima que el cuerpo. La oportuna
condescendencia es lo que principalmente gana los corazones; la aspereza
acarrea odio y guerras crueles. Odiamos al gavilán porque siempre vive en
armas, y a los lobos que tienen la costumbre de atacar al rebaño atemorizado.
En cambio la golondrina, por ser inofensiva, no se ve perseguida por los
hombres, y el ave de Caonia[15]
tiene torres donde anidar. ¡Quedaos lejos, peleas y discusiones de amargas
palabras! El tierno amor debe alimentarse con palabras dulces. ¡Que las esposas
huyan de sus maridos y los maridos de sus esposas por culpa de la discusión y
crean recíprocamente que están en pleito continuo! Eso cuadra bien a las
esposas, las disputas son la dote de las esposas; pero la amiga escuche siempre
las palabras que desea. No os habéis juntado en un solo lecho por imperativo de
la ley, pero entre vosotros el amor desempeña el mismo papel que la ley. Dile
tiernos halagos y palabras que regalen su oído para que ella se alegre con tu
llegada.
No
vengo yo como maestro del amor para los ricos; ninguna necesidad tiene de mi
arte aquel que puede ofrecer regalos. Consigo lleva la sabiduría aquel que,
cuando quiere, puede decir: “toma”; me doy por vencido: él resulta más del
agrado que mis descubrimientos. Yo soy poeta para los pobres, porque he amado
siendo pobre; como no podía dar regalos, daba palabras. Que el pobre ame con
precaución, que tenga cuidado con maldecir el pobre, y que soporte muchas cosas
que los ricos no soportarían. Recuerdo que, airado yo, despeiné los cabellos de
mi señora. ¡Cuántos días me robó a mí ese día![16] Ni
me di cuenta ni creo que le rompiera la túnica, pero ella lo dijo, y se la tuve
que comprar de nuevo con dinero de mi bolsillo. Así que vosotros, si sois
listos, evitad los yerros de vuestro maestro y temed los juicios que me
ocasionó mi falta; los combates sean contra los partos, pero con tu elegante
amiga haya paz, alegría y todo lo que es capaz de provocar el amor.
[1] Tomado de El arte de amar, Libro II, 100-175 [Traducción y notas de Vicente Cristóbal López], Barcelona, Biblioteca Clásica Gredos, 1997. Este fragmento fue titulado así por Guidxizá. En la versión original no tiene nombre.
[2] Nació en Sulmona, a 130 kilómetros de Roma, en el año 43 a.C. Recibió una esmerada formación romana pero complementó sus estudios en Grecia y Oriente. Tuvo escasa participación en la vida política de su tiempo, no obstante fue exiliado de Roma y murió lejos de su patria. Entre sus textos se cuentan: Amores, Heroidas, Fastos, Metamorfosis, Tristia y Pontica.
[3] Las mujeres de Hemonia o Tesalia tenían fama de brujas: “arte de Hemonia”, vale, pues, por “artes brujeriles”.
[4] Dicha excrecencia se llama “hipómanes” y es considerada filtro amoroso, así como el líquido que destilaban del útero las yeguas en celo con el que a veces se le confunde. Cf. Am. I, nota 49.
[5] Pueblo establecido al este de Roma, en los alrededores del lago Fucino. Eran famosos por sus hechicerías.
[6] Medea. El Fasis era el río de
[7] Jasón.
[8] Nireo era el guerrero más bello, después de Aquiles, de todos los griegos que acudieron a Troya, según Homero (Ilíada II 671-675).
[9] Hilas, uno de los argonautas, fue raptado por las Náyades de una fuente de Misias, que se había prendado de su hermosura.
[10] Circe y Calipso.
[11] Cf. Amores I, nota 61. [La nota referida trata de Reso el tracio, y dice lo siguiente: “Rey que acudió en ayuda de los troyanos, cuando estaban sitiados por los griegos, y que fue muerto por Diomedes en su famosa salida nocturna con Ulises (Ilíada X 490 y ss), siéndole al mismo tiempo robados su caballos”]
[12] Uno de los ríos de Troya.
[13] Espía troyano enviado por Héctor, capturado y muerto por Ulises y Diomedes en su nocturna aventura. Ansiaba poseer como botín los caballos de Aquiles.
[14] Sitonio y odrisio, como antes se le designaba, son ambos equivalente de tracio.
[15] La paloma. Los caonios eran un pueblo del Egipto, en cuya región estaba el Santuario de Dodoma, y allí, en la encina sagrada, daban oráculos las palomas.
[16] Cf. Amores I 7, donde se narra más o menos lo mismo.
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Texto publicado en la Revista Guidxizá, Año VII, número 16, Junio de 2011. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.