Parte militar de la toma de Tehuantepec
del señor mariscal de campo don Mariano Matamoros,
al excelentísimo señor general del sur, José María Morelos
Excelentísimo señor.— La valiente división, que tengo el honor de mandar, ha triunfado completamente del enemigo, sin embargo de que éste ha rehusado el choque en todas ocasiones; de suerte que hemos tenido que caminar muchas leguas para efectuar el combate. Creía batirlo en Tehuantepec, y aún esperaba yo que él me atacase antes, según los deseos que me dijeron tenía Manuel Dambrine, capataz de la cuadrilla, de conocer a V. E; pues preguntaba a menudo por su persona; más como el brío y valor de estos malvados consiste sólo en las palabras, todo ha sido huir de nosotros.
Retrato de Mariano Matamoros, existente en Palacio Nacional, pintado en 1868 por José Obregón. |
Con todo, procuré asegurarme de que aquella salida no fuese algún ardid: registré los puntos que me parecieron peligrosos; observé si se habían alojado por las inmediaciones, o refugiado en algún pueblo vecino; y descubrí que no habían tenido otro motivo para salir que un miedo inexplicable al ruido sólo de nuestras armas. Allí me informé de que aquellos fanáticos venían tan presuntuosos porque estaban creídos en que V. E. había sido derrotado completamente por los cobardes Paris y Rionda, y en que Oaxaca se hallaba amenazada por diversos puntos de un número considerable de tropas; ya se ve, tal es el éxito que tienen los miserables por sus credulidades.
Por la religiosa consideración de que hablé antes, no salí hasta el sábado inmediato en su persecución resuelto a desbaratarlos donde quiera que los alcanzase. Ya podrá considerar V. E. la ventaja que nos habrían sacado, como que estaban descansados, iban en caballos de refresco, y llevaban tres días de camino; mas sin embargo, emprendimos la marcha. Hubo jornada de diez y seis leguas, de suerte que cuando nuestra descubierta llegó a divisar a los fatuos, ya mis soldados estaban fatigadísimos, pero siempre ardiendo en deseos de vengar los agravios hechos a su nación.
El domingo de pascua cuando yo ya desconfiaba de alcanzarlos, recibí parte del capitán don Rafael Buenbrazo, a cuyo cargo iba la avanzada, de que había conseguido acercarse a la enemiga, la cual después de haber hecho algunas escaramuzas de poco interés había vuelto a continuar su fuga. El día siguiente, como a las dos de la tarde, recibí otro parte del capitán de avanzadas don Manuel Zavala, puesto cerca de la raya que llaman de Tonalá, en que me participaba haber alcanzado un trozo del enemigo como de doscientos hombres, y que por hallarse en punto desproporcionado y sin orden expresa al efecto, no rompía el fuego; pero que los sesenta hombres que llevaba estaban deseosísimos de romperlo.
Noticia tan placentera me hizo comunicar las órdenes correspondientes para acelerar la marcha. Dispuse que sólo trescientos hombres de caballería, algunos infantes y tres cañones se adelantaran para poder llegar pronto a las manos con los perversos y entretenerlos, mientras que el resto de la división se acercaba a exterminar tan pestífera raza; así fue, con la circunstancia de que de momento en momento se adelantaban algunos soldados por las ganas que tenían de devorar a los ministros del tirano, de manera que sin artillería y con aquéllos pocos comenzó la acción en la raya de Tonalá. Conforme iban llegando los demás, les destinaba yo el lugar que debían tomar, hasta que tuve la desgracia de que una bala de fusil me rozara el muslo izquierdo, sin haberme causado más daño que romper el pantalón y quemarme el pellejo. Por lo pronto creí que fuese grave la herida y me retiré un instante a vendar la pierna, pero mirando que no era cosa de cuidado volví a continuar mis disposiciones.
El punto que el enemigo eligió para resistir fue un cerro que tendría de alto como cien varas, y de circunferencia como quinientas, coronado de peñas muy gruesas alrededor, de forma que estaba en la mejor disposición para defenderse de un ejército entero. Tenía colocada su artillería del modo más cómodo, y parapetado con los peñascos dirigía los fuegos con acierto.
A poco de comenzada la refriega llegó el brioso señor intendente de ejército con un trozo de tropa que colocó en un bosquecillo desde donde pudo obrar con provecho. El choque empezó a las tres de la tarde, y eran más de las cinco sin que por ninguna parte se advirtiese ventaja, a pesar de que el fuego era vivísimo por ambas; ansioso yo entonces de que tomase aspecto favorable el combate, ordené que don José Antonio Rodríguez, teniente coronel del regimiento de San Pedro, con treinta dragones de su cuerpo y alguna infantería del de la virgen del Carmen, y el teniente don Joaquín Miranda, con diez granaderos del mismo, avanzasen por el frente, principal entrada al cerro, con el designio de que divertido el enemigo por este punto, mirando nuestros conatos por ahí, destinase mayor número de gente por aquel paraje desatendiendo un algo los demás, y mientras, un trozo de americanos pudiese sorprenderlo en la eminencia. Entre tanto se ejecutaba por tal punto esta disposición, ya don Mariano Rodríguez, capitán de la primera compañía de granaderos del Carmen, con cuarenta de ellos, el de fusileros don Francisco Quiroz, el de igual clase fray Pascual Ximenez, el teniente de dragones de San Ignacio don Mariano Moreno, el alférez de San Pedro don Mariano Serrano, y un sargento, con cuatro hombres de este regimiento, marchaban con serenidad por el lugar que se les había señalado para flanquear al enemigo y trepar a la cima del cerro.
Casi al mismo tiempo que los perversos abandonaron el punto por donde el teniente coronel Rodríguez los atacaba, dejando allí seis cañones, se presentaron sobre ellos el capitán Rodríguez y sus compañeros arrojando el fuego más horroroso; aturdidos entonces los malvados, y azorados al ver casi a sus pechos las bayonetas de los granaderos, dieron la estampida más vergonzosa, desamparando cuanto había y gritando “¡ahí están los judíos de las gorras amarillas!”.
Era ya de noche cuando se terminó la obra, y como los facciosos se fugaron por entre un bosque muy espeso, apenas pudo perseguirlos un trozo que destiné al efecto; ni era prudencia empeñarse mucho en el alcance, porque en aquel lugar montuoso sería fácil que nos causasen algún daño.
Les hicimos presa de cuantos cañones y pertrechos traían, de diez y seis armadas, de muchas armas de fuego y de distintos renglones de comercio, todo le cual consta más circunstancialmente en los tres estados que acompaño a vuestra excelencia. Otras muchas armas perdió Dambrine que nosotros no pudimos aprovechar, porque las estrellaban los fugitivos en las peñas, reduciéndolas a menudos fragmentos, con el intento de que no nos sirviesen.
La pérdida enemiga no se pudo averiguar a punto fijo, pero fue de alguna consideración, pues aunque en el cerro hallamos pocos muertos y heridos, al día siguiente se encontraron por los montes y breñales más de catorce cadáveres. La dispersión fue tal que no quedaron diez hombres reunidos, cayendo algunos prisioneros. Por nuestra parte perecieron cinco, y uno u otro herido. Consistía la fuerza en setecientos hombres de fusil, doscientos de lanza y trescientos de caballería.
Las circunstancias solas de la expedición están recomendando el valor y constancia de la tropa, que en esta ocasión me ha parecido inimitable; y aunque nomás los oficiales de que he hablado explicaron su denuedo, arrojándose sobre el enemigo en los términos que lo hicieron, no les faltó deseo a otros muchos, sino que fue preciso contenerlos para que no desamparasen sus compañías y los puntos de que estaban encargados. Puede descansar V. E en la valentía de esta división, asegurado de que no desmentirá el grado de reputación que justamente se ha granjeado el ejército del sur. Me ha parecido conveniente dejar en la raya un destacamento de doscientos hombres, para evitar nueva ocupación de nuestros territorios.
Es inconcebible el punto de ferocidad a que han llegado estos bárbaros. Luego que se vieron perdidos no tuvieron otro desahogo que disparar sus fusiles contra los prisioneros que sin delito alguno habían cogido en Tehuantepec, de manera, que unos murieron, otros resultaron muy mal heridos, y algunos tuvieron la fortuna de escapar.
No sé a qué atribuir el procedimiento de estos perversos ejecutado en Tequisixtlán; lo cierto es que encontré allí enterrados entre la basura un crucifijo del Señor de Esquipulas y una imagen de la Purísima Concepción. He mandado que ambas se conduzcan a Oaxaca para colocarlas en alguna iglesia o convento con la debida veneración.
De Tehuantepec en adelante tenían estos malévolos tan infatuada a la gente con sus patrañas, que no había pueblo que no encontrásemos vacío; pero en el día han vuelto ya muchos de sus vecinos, y están llegando continuamente en virtud de las proclamas que he dirigido por todos rumbos desengañándolos del concepto que de nuestros ejércitos les habían hecho formar esos idiotas desgraciados. No así los tehuantepecanos, cuyo porte me ha dejado lleno de satisfacción, y creo deberlo recomendar a V. E. para que sepa que en esta villa puede contar con muy buenos patriotas. Tuve que celebrar el que las inditas del país iban diariamente a esperar que abriesen las puertas de los hospitales para alimentar, medicinar y socorrer a los enfermos insurgentes.
Remito a vuestra excelencia copia del manifiesto que he enviado al señor obispo de Ciudad Real, a su ilustre ayuntamiento, y a las repúblicas de aquellas demarcaciones para que abriesen los ojos. No queda que desear; todo se ha concluido felizmente. Los pueblos se en la mayor tranquilidad y yo con la confianza de que no volverá el gobierno de Guatemala, sino con temeridad, a disponer otra expedición que nos moleste. Dambrine va azorado y lleno de escarmiento. En cuanto acabe de arreglar las cosas por estos países marcho a Oaxaca a esperar las órdenes que vuestra excelencia tenga a bien imponerme.
Dios guarde la muy importante vida de vuestra excelencia muchos y felices años.— Tehuantepec, mayo 8 de 813. Excelentísimo señor.— Mariano Matamoros.— Excelentísimo señor don José María Morelos, capitán general de los ejércitos americanos.
Los estados que acompañaban al anterior parte contienen lo siguiente
ARMAS Y PERTRECHOS
Cañones de artillería de varios calibres. 9.— Fusiles. 136.— Escopetas. 57.— Armadas de seis cañones cada una. 16.— Lanzas. 84. Pólvora en granel 19 cajones.— Saquetes. 422.— Metralla 8 cajones.— Saquetes. 204.— Estopines. 1,600. Balas de cañón. 6.— Cartuchos embalados de fusil. 8720.— Bala suelta de íd. 14 arrobas.— Cureñas inútiles. 5.— Hachas vizcaínas. 13.— Llantas de fierro. 14. Machetes cortos. 34.— Fierro platina. 5 arrobas.—Íd. viejo. 6 y media arrobas.—Azadones. 13.— Picos. 2.— Martillos. 5. Hoces. 16.— Pujabantes. 2.— Pares de tenazas. 2.— Coas. 3.—Barretas. 10.4
ARTÍCULOS DE COMERCIO
Tercios de harina 52.— de cacao 32.—De azúcar 90.—De garbanza 8.— De frijol l0.—De añil 6.—De chapaneco 5.—De tabaco 23.—De arroz 8. De panela 60. De petate 7.— De algodón 40.—Barriles de aguardiente 12.— Zurrones de grana— 40.— Arrobas de hierro 25.— Cargas de sal 70. Botiquines 4.5
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Correo Americano del Sur, XVII, jueves 17 de junio de 1813, p. 129-136.
Tomado de Expedición militar a Tehuantepec y Tonalá de Mariano Matamoros contra fuerzas realistas de Guatemala. 1813. Partes militares publicados en el Correo Americano del Sur. Selección Héctor Cuauhtémoc Hernández Silva. 2011