El Caudillo

Cristian Pineda Flores
Carlos Raúl Reyes Calderón

Si hubieras nacido yegua… Todos los días llegaríamos a Santa Cruz, sólo que ya no tengo ningún humor de ir hasta allá, y menos de noche, y con tanto calor y tanto tránsito. Vístete.

Cuando me pides que te monte, cuando me pides que te vuelva a domar… Cuando eres animal, siembras el desconcierto entre mis filas. Esto ayer era complicidad, hoy me parece insubordinación.

Ya no puedes venir a imponer condiciones, ya no debes venir y organizar incursiones hasta las cuatro esquinas de la cama. Ni siquiera ir a incendiar las ciudades de la mesa, ni asaltar diligencias bajo la regadera y repartir el botín entre los nuestros.

No, ya no eres nadie para condenar a muerte a los desertores de la cocina ahorcándolos sobre la alacena.

No me consultaste cuando le vendiste a la Mutual Film los derechos de nuestras gestas en la alfombra. Y estoy harto de fortificar todo… Y con mis uñas llenar de trincheras tus nalgas “Siete Leguas”. Estoy harto. Te digo que te vistas.

Estas cargas de caballería ya no pueden ser de libertad; ahora somos rebeldes, ahora somos héroes. Mañana, no sé. Hay que darnos una tregua por favor, firmemos un armisticio. Ningún General Pershing encabezará una expedición punitiva para encontrarnos, déjate de hazañas, ya no es necesario ir a saquear haciendas en la azotea ni armar revoluciones dentro del ropero.

¿No te das cuenta? Los trenes de orgasmo han sido insuficientes para tomar la eternidad. Porque la eternidad no es Torreón, ni tiene rieles.

Sé que me escuchas, el que comenzó todo fui yo, lo reconozco. Asalté aquella silla de ruedas en que viajabas impedida del mundo, discapacitada de ti. Arrojé la cobija de tus piernas y descubrí tu piel, tan cerca de tus huesos que la blancura se traslucía. Tu motricidad, como tus sueños uno a uno, se había descolgado por los rayos de las ruedas.

Un enero mal arropado te había lisiado, atrofiado, entumecido, y te dejó estancada en un sin pensar, hasta que te encontré. Hasta que me encontré. A besos, a besos te arranqué de aquella mansedumbre Besé tus manos, tus brazos, tu frente. Bajé por tus cejas, tu cuello, tu vientre, hasta donde el sabor a polvo se hizo sabor a tierra. No necesité promesas como espuelas, me prendí de tus crines, y sin emblemas ni consignas… te hice el amor por toda la casa. ¡Hasta que me amaras! ¡Hasta que con tu mirada me rogaras repetirlo! Hasta que sometimos cada mueble y hasta el rincón que ninguna escoba jamás conquistó.

Te llevaba cargando entre mis brazos, como un palo ecuestre desbocado hasta ruborizar los ladrillos del piso, hasta dejarlos rojos y hasta que juraran que no habían visto, en toda su vida, un par de calzones mas insurrectos que los nuestros.

Terminamos en un vicio. Yo tampoco lo entiendo, créeme, ya me cansé. Es la verdad. Quizás esta sea también una hazaña. No lo hagas más difícil. ¿Para qué decirte cosas que ya no dicen nada? Vístete.

No te quedarás sola, alguien vendrá a ayudarte y juntos seguirán desgastando el barniz de la mesa. Extrañaré nuestros saqueos, nuestras invasiones. Tú eres muy inteligente. Cualquiera puede ser feliz a tu lado. Te quise mucho, te quiero y, te extrañaré, mira… yo… este… Yo te quiero muchísimo. No lo tomes así. No, mira, lo mejor es que no llores; o sea… Guarda tus lágrimas. A la tercera te haré una mueca y… No quiero, no está bien.

Yo siempre estuve contigo y no es que me olvide de todo ni valore tus esfuerzos, pero esto es así, entiéndeme.

Por favor, cuídate, que vales mucho. Te voy a extrañar, nunca voy a olvidarte, créeme. Y perdóname. Alguien me dijo que a veces tenemos que pensar primero en nosotros mismos… Este es uno de esos “a veces”.

Sé que pronto te rehabilitarás de nuevo, saldrás bien, pronto vendrán de nuevo las muletas y después el bastón. No te descuelgues por los rayos. Te prometo una pensión militar. Quédate con el máuser, quédate con las carrilleras, quédate con los toppers, pero no me mires así, para mí esta guerra ya no tiene sentido, ya terminó. Tú lo sabes.

Yo seguiré luchando por la patria, por nuestros pobres, quizás nunca me volverán a ofrecer esto por lo que me voy, es una oportunidad. Tú lo entiendes, ¿verdad?


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Texto publicado en Istmo Autónomo (hoy Revista Guidxizá - Nación Zapoteca), Año I, Núm. 6, Mayo-Junio de 2005. Se autoriza su reproducción siempre que sea citada la fuente.

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